Esperamos tu historia corta o larga... Enviar a Latetafeliz@gmail.com Por falta de tiempo, no corrijo las historias, solo las público. NO ME HAGO CARGO DE LOS HORRORES DE ORTOGRAFÍA... JJ

Isabel, Extrema y Dura - Aroaki (Parte2)


6.
 Las tres hermanas están hablando en la habitación de Isabel, Almudena cuenta a Isabel los últimos acontecimientos de La Casa Grande. Todo sigue normal excepto el enfado del padre por la partida de Isabel. Nieves comenta que unos días después de partir Isabel del pueblo hacia la sierra, las muertes de animales propiedad del terrateniente dejaron de producirse.

-¿Cómo reaccionó padre? –Pregunta sin mucho interés Isabel.





-Padre mandó una cuadrilla para acabar con la alimaña que atacaba a los animales (grupo de trabajadores de su hacienda). Los obreros regresaron y le dijeron que no habían encontrado nada. Padre entonces pensó en ti y que habías sido tú la que había matado a la alimaña. ¡Maldijo una y mil veces tú nombre! Luego se calmó y volvió a sus quehaceres. Nada nos dijo, solo los hechos estaban claros: tú habías acabado con el problema.  – concluyó de contar Nieves.

-En realidad le has hecho ahorrar mucho dinero y quebraderos de cabeza, pero no te vas a librar del castigo, recuerda hermana, que padre no perdona que desobedezcan sus órdenes. – Sentenció  Almudena.

-Ya sabéis que asumo mis actos, prefiero mil latigazos y disfrutar de algo de libertad, hermanas. –Concluyó Isabel.

-Isabel intenta dormir y descansar después de tanto tiempo fuera de casa. Solo consigue cerrar los ojos, su mente piensa a una velocidad de vértigo. Han ocurrido muchas cosas en las últimas semanas, solo una ocupa su mente, Cristina. Recuerda cada momento vivido con ella, tiene metido su olor y sabor muy dentro de ella, sin apenas darse cuenta su cuerpo se excita, el corazón le late deprisa, su respiración se agita, su mano se encamina hacia la necesidad recién nacida con solo pensar en Cristina.

La mañana ha llegado prematuramente, Isabel ya está aseada y vestida, unas pocas horas de sueño y la posibilidad de ver a Cristina en unos días la dan fuerzas para afrontar aquella mañana.

Su padre va a decidir el castigo que le impartirá. Ella asumirá y callará.

No comprende a su padre, lo ha intentado tantas veces. Su madre murió demasiado pronto, su vida tiene cierto halo de misterio, nadie sabe la verdad sobre su progenitora. Le gustaría querer al Lobo pero solo siente por él desprecio. Siempre pensó que era su héroe, su modelo a seguir. La vida y el tiempo dejaron ver la verdadera esencia de su padre.

Isabel entra en la cocina, como siempre, Almudena ya está, Nieves llegará la última.

Un momento después aparece su padre, Isabel enfrenta su mirada y no baja los ojos, hace mucho que es capaz de aceptar el castigo mirándolo de frente.

El Lobo la mira con cierto desprecio, luego da media vuelta y se sienta en la mesa para desayunar.

-Siéntate, Isabel. –ordena el padre.

Almudena está sirviendo el café al patriarca.

-¿Todo bien en la sierra? ¿Te has divertido?  Enhorabuena por dar caza a la alimaña que atacaba nuestros rebaños.  –Dice el padre en un tono que no admite ni un  ápice de agradecimiento.

-Parece que he criado a un hombre en vez de a una mujer. ¿Es así, Isabel? ¿Desde cuándo tienes polla (pene)? –Esta vez el Lobo ha alzado la vista y mira directamente a su hija. Hace mucho tiempo que no sabe como mirarla, desea matarla, acabar con la pesadilla que representa tener a un marimacho en casa. No puede, es su hija, ¡es tan bella! ¡Es tan inteligente! Pero, ¡es una mujer! No puede consentir su actitud, es el hijo que le hubiera gustado tener. No es así.

El todo poderoso terrateniente de la comarca es  un hombre frustrado por no haber tenido un heredero macho.

Ha castigado a Isabel de mil maneras, rudas, psicológicas, ha llegado a azotarla casi hasta matarla. Isabel no cede, sigue haciendo lo que quiere. Ha pensado en recluirla en un convento, no lo hará porque sabe que su hija se escapará una y mil veces. No tiene mucho donde elegir, o la mata o la deja. Ésta vez la dejará, está cansado de ver la espalda de su hija llena de marcas de su látigo; al fin y al cabo no ha hecho nada que no hiciera antes: escaparse, solucionarle un problema que otros trabajadores suyos no han sido capaces, vivir en libertad, tomar copas en la taberna como uno tío (hombre) más, vestir ropas no acordes con su condición femenina, no se parece en nada a sus hermanas.

Isabel no contesta, Almudena viendo el silencio final de su padre, se acerca a él y trata de desviar su atención hacia otra cosa.

-Padre, quiero ir  la ciudad, necesito ropa, deseo ver tiendas y charlar con algunas amigas,

-¿Podría ser? –pregunta con cierto apuro Almudena.

-Sí, Almudena, puede ser, yo también debo ir un par de días para solucionar algunos negocios, podría llevarte. ¿Dónde está Nieves?  - termina diciendo el padre.

-Padre, aún duerme, déjela, es la más joven y los jóvenes duermen más. – Concluye Almudena.

Isabel está muy lejos de la conversación mantenida por su hermana y su padre. No sabe que castigo le caerá hoy, está esperando pero mientras, piensa en Cristina, su cuerpo responde inmediatamente al estímulo de su recuerdo.

-Padre, ¿me puedo levantar? – pregunta con cierto recelo Isabel.

-¡Claro! –dice El Lobo, pero no saldrás de esta casa hasta que no limpies a fondo ésta cocina, sino me vales como hija, me valdrás como criada.  – Habla el hombre sin alzar la voz ni los ojos.

-Bien padre, voy a cambiarme de ropa para la faena.  – Responde Isabel algo sorprendida de la amabilidad del castigo.  Tiene que terminar la tarea lo antes posible, al día siguiente su padre y su hermana pasaran dos días fuera de La Casa Grande y ella podrá ir a la cantina, coincide con el viernes y el sábado.

Isabel tiene muy claro que hará.

En la cantina las nuevas trabajadoras se afanan por aprender rápidamente todo lo relacionado con el establecimiento. Lola cocina bien, Lucia es simpática y puede perfectamente servir las mesas además de ayudar a Cristina con adecentar las habitaciones. Mucha tarea incluso para la nueva ayuda.

-¡Chicas, parad un momento! - Grita Carmen.

Las tres mujeres se vuelven sorprendidas ante el grito, cada una estaba metida en su mundo mientras terminaban de recoger (el trabajo). Acaban de servir las últimas   comidas y solo hay un par de clientes. Hasta bien entrada la tarde la taberna no se animará.

-¡Vamos, a comer y descansar un rato!  - Ordena amablemente Carmen.

Las cuatro mujeres comen, Carmen cuenta historias y habla de lo contenta que está, hoy es viernes y en la noche, la taberna se llenará de clientes, los hombres regresan del trabajo y necesitan divertirse.

-Muchachas, aquí todo hombre que entra respeta a las mujeres que sirven en la barra o en las mesas. Si quieren otra cosa, para eso está el burdel. Es vuestro primer viernes y muchos hombres se sorprenderán de ver a tres guapas jóvenes atendiendo este lugar. Lo haremos por turnos, para que no se acostumbren. Mi marido se encargará de  la barra y observará como se comportan. Los hombres que vienen beben hasta reventar y cuando se pasan  no se sabe cómo pueden actuar.

-Termina de decir Carmen en su largo discurso-.

-No te preocupes, Carmen, sabemos cómo tratar a los hombres, precisamente eso lo sabemos hacer muy bien, y mis chicas y yo no somos putas, como tu bien dices si quieren algo así que se vayan al burdel; también comprendemos que hay que tener cierta flexibilidad, la amabilidad y la simpatía no está reñida con el respeto. –Habla Lola sonriendo.

-Ahhh, una cosa, hay algo curioso que puede ocurrir. Pedro, mi marido, ya os ha contado los pormenores de la convivencia en este pueblo, de quien es el dueño absoluto y de que no es muy bien parido (no es de fiar). El Lobo tiene mucho poder y es cruel. Hay algo de todas formas que se le escapa, es su hija Isabel. – Carmen continúa la conversación.

-¿Isabel? –pregunta Cristina, solo el nombre de Isabel ha hecho que su corazón se vuelva totalmente loco, su cara se sonroja, sus gestos se tornan extrañamente nerviosos.

-Sí, Isabel, una de las cuatro hijas de El Lobo, ¿te pasa algo Cristina? –pregunta sorprendida Carmen. Nota a la chica algo asustada. ¿Has oído hablar de ella?

-No, no,  bueno, sí, estos días que llevamos aquí ha habido comentarios, pero es por curiosidad, tuve una amiga que se llamaba igual. –responde Cristina sin saber muy bien que decir.

-Así es Carmen, hay comentarios sobre el Lobo pero también de sus cuatro bellas hijas, se dice que cada una es muy diferente a la otra y parece que la tal Isabel se las trae, es la única que se enfrenta a su padre.  –Lola ha salido en ayuda de Cristina.

-Bien parece que esta vez, El Lobo no ha castigado muy duramente a su hija, la joven se suele escapar a la sierra de vez en cuando, parece un chico, su padre  no soporta esa forma de vivir, es una Lobo, pero o la mata o la deja, esta vez parece que la ha dejado en paz. –Cuenta finalmente Carmen.

Lucia anda entretenida con un apuesto joven que acaba de entrar, le ha pedido un café.

Las mujeres han terminado de comer y están hablando de la organización del negocio para que mejore el rendimiento. Cristina está totalmente ausente de la conversación de Lola y Carmen.

Cristina piensa en Isabel, todavía no se cree lo que ha pasado en los días anteriores. El trabajo la ha mantenido ocupada de cuerpo pero no de mente, sus pensamientos han estado una y otra vez en la última noche con Isabel, en su olor, en su sabor,  sus caricias, su pasión, su placer; jamás, jamás había sentido nada por nadie, nunca su cuerpo había respondido a las caricias de nadie, Isabel le ha descubierto un mundo que quiere volver a probar una y otra vez.

 Almudena, Nieves y El Lobo han partido ese viernes por la mañana hacia la ciudad, no volverán hasta bien entrada la tarde del domingo.

Isabel ha terminado su tarea hacia el mediodía, la cocina está esplendida, su tata (la mujer que gobierna La Casa Grande y ha criado a las cuatro hermanas) acaba de entrar.

-¡No es posible! Isabel has dejado la cocina tan limpia, hacia mucho tiempo que no estaba así. –Dice la mujer.

-Es la primera vez que mi padre me castiga dulcemente, -comenta con ironía la muchacha.

-¡Y todavía te ríes!  Algún día tus escapadas terminarán en tragedia niña malcriada. – Dice el tata algo preocupado.

Isabel se acerca a la mujer, hace intención de besuquearla, la mujer trata de pegarla en el culo. Isabel sabe que es broma.

-Voy a descansar tata, esta noche tengo muchas cosas que hacer. – Isabel sale por la puerta hacia su habitación, quiere estar lo más descansada posible, hoy va a ir a la taberna.

Son cerca de las nueve de la noche, la taberna está repleta de hombres ansiosos por beber y hablar. Las taberneras no dan abasto para servir tanta petición.

El olor a alcohol y tabaco es intenso, las conversaciones son gritos, las risas ensordecedoras.

Cristina está atendiendo la barra, Pedro ha tenido que ir a por otro barril de cerveza.

La puerta de la taberna se abre, alguien entra, pantalón, botas, camisa, chaleco, sombrero, parece un chico joven; uno de los hombres mira al recién llegado, su cabeza queda girada hacia la entrada, todas las miradas se dirigen hacia el mismo sitio, las conversaciones callan, el silencio se establece como por arte de magia.

Carmen sabe que ocurre, ese ambiente solo lo consigue una persona, y no es un hombre, es una mujer. Lola y Lucia quedan perplejas ante la estampa sonriente de la muchacha que acaba de entrar.

Cristina en ese momento está sirviendo en la barra una copa de vino, está tan inmersa en sus pensamientos y haciendo su faena tan rutinariamente que no se ha dado cuenta de lo ocurrido, ¡claro que, el silencio es tan profundo que..!

Cristina levanta los ojos, Isabel va directa hacia la barra, alza un poco su sombrero, no hay duda, es ella, la mirada de las dos mujeres se encuentran. Cristina no sabe si es un fantasma lo que ve o es una aparición. No piensa, no reacciona.

Hace ya algunas semanas que Isabel no aparecía por la taberna, siempre sorprende, pero los hombres se han acostumbrado a ella, después de la primera impresión las conversaciones vuelven, el ambiente retorna a su normalidad.

Lola y Lucia han quedado tan paralizadas como Cristina, es Carmen la que les dice:

-Veis, qué, ¿alguna vez habéis presenciado algo así? ¡Imposible! Os advertí, esa muchacha es algo diferente; viste como un hombre, no obedece a su padre, y consigue su libertad, hace lo que quiere. –Comenta Carmen.

-¡Chicas! Dejar de mirar a la joven. ¡A trabajar se ha dicho!

Lola y Lucia dirigen su mirada hacia Cristina y vuelven a llenar los vasos que los hombres vacían rápidamente.

-Tabernera me pones una jarra de cerveza, por favor. –Dice Isabel que no ha despegado su mirada de la de Cristina desde que entró.

-¡Isabel! ¿Eres tú? – Cristina reacciona como puede, habla bajito a Isabel mientras le sirve la cerveza.

-¿Ya no te acuerdas de mí? ¿Tan pronto me has olvidado? Pensaba que mi atractivo es tan intenso que te tendría a mi merced (a mi disposición). –

Cristina disimula como puede, ¡qué guapa está Isabel con esas pintas (así vestida)! Se la comería enterita ahora mismo pero, tiene que disimular.

-¿Qué haces tú en un sitio como éste? –Acierta a comentar la muchacha.

-Vengo a verte, a tomar una cerveza y a estar contigo esta noche. ¿Puede ser?

Isabel habla bajito, como un susurro, no quiere que Carmen sepa nada de su relación con Cristina, Lola y Lucia.

Cristina no sabe dónde meterse (ocultarse), su cara es todo un poema: roja, sorprendida, nerviosa, alterada...

Isabel sabe que debe dar tiempo para que Cristina se tranquilice. Lola y Lucia tratan de ayudar a Cristina para que las dos jóvenes puedan hablar y que nadie perciba lo que ocurre en realidad.

Cristina no sabe qué hacer, trata de tranquilizarse, debe pensar rápido.

-Dame un segundo. Tengo que hablar con Lola y Lucia, a Lola le han dado una habitación para ella sola, Lucia y yo compartimos una.

-Bien, yo voy con mis compañeros, suelo jugar a las cartas con ellos, ahora vengo.

Cristina se dirige hacia dónde está Lola y la susurra algo, Lola sonríe, sabe lo que tiene que hacer.

Isabel se ha acercado a la mesa donde habitualmente juega a las cartas, los hombres la reciben con saludos amistosos. La conocen, la admiran porque en muchas ocasiones los ha defendido de la crueldad de El Lobo.

Isabel no deja de observar a Cristina mientras juega unas partidas con sus amigos. La jarra de cerveza está vacía.

-Chicos, voy por otra cerveza, me la tomaré fuera de aquí, jugar una partida sin mí, necesito salir un poco fuera de este olor a hombre, -dice Isabel riéndose sonoramente. Los hombres ríen a pleno pulmón.

Cristina ha estado observando toda la noche a Isabel, ¡universo, mundo, qué hermosa es, qué diferente es!

Isabel ha perdido algunas partidas (juego de cartas), no suele perder casi ninguna, pero esa noche está ausente, disimula, pero mira de reojo una y otra vez el ir y venir de Cristina, ¡está absolutamente enamorada de ella! ¡Necesita con desesperación verla, sentirla, hablarla, acariciarla…!

-Tabernera, ¿cuál es tu nombre? – Dice Isabel.

-Mi nombre es Cristina, ¿qué desea? –contesta Cristina siguiendo el juego de la joven.

-Otra cerveza, bien fría, la noche esta caldeada, ¿no crees? –Isabel se ha acercado todo lo posible a Cristina, su mirada lo dice todo, es seducción pura.

Cristina le devuelve la mirada, esta vez no está nerviosa, el deseo se hace ver en los ojos de la muchacha, Isabel cae presa en ellos.

-Como no dejes de mirarme así todo el mundo sabrá lo que pasa. –Dice sonriendo Cristina. Sal a la parte de atrás de la taberna, por el callejón, te veo allí en un par de minutos. – Dice Cristina lo más bajito posible.

-Bien, responde sin más Isabel que se retira hacia la salida de la taberna.

Poco tiempo después Cristina pide permiso a Carmen para descansar un rato, la muchacha se dirige hacia la salida de atrás del establecimiento, su corazón comienza a latir sonoramente.

7.


Isabel hace unos minutos que espera a Cristina, la noche es cálida, las estrellas lucen, pero hoy hay luna llena, ella es la protagonista.
El único candil que ilumina el callejón hace que el lugar esté, habitualmente, en penumbra, hoy no, la luna casi encandila.
La muchacha se ha apoyado en un saliente enfrente de la puerta de atrás de la cantina, oye a lo lejos las voces y risas de los hombres, observa la ventana que está cerca de la puerta, intuye acercarse una sombra, pone su jarra de cerveza en el saliente y se incorpora, está expectante, ansiosa, su vida ha girado totalmente en unos pocos días.

La puerta se abre sigilosa, silenciosa, con cuidado, una figura se asoma con cierto recelo, casi con miedo.

-¿Isabel?  -llama con voz emocionada Cristina-.

-¡Cristina, aquí! –una voz contesta su llamada.

Cristina ha cerrado la puerta rápidamente, la respuesta ha hecho que su cabeza gire en esa dirección.

-¡Isabel! –Cristina expresa ese nombre con un suspiro.

Isabel se ha acercado y las dos muchachas se abrazan sin mediar ni una sola palabra, dos corazones latiendo al unísono, dos mentes unidas en un momento y unos sentimientos que han cobrado una intensidad que ninguna de las dos es capaz de apaciguar.

Felicidad, extrañeza y temor, son sensaciones que embargan a las personas en algunas ocasiones, son impresiones raras, difíciles de entender, ellas dos lo saben.

Isabel coge la cara de Cristina entre sus manos,  acerca sus labios a los de Cristina, Cristina responde con pasión, no es un beso tierno, es necesidad, es tensión, es querer no perder ese beso nunca, acapararlo, agarrarlo y encauzarlo en el tiempo y el espacio.

Parece que han pasado mucho tiempo pero solo han sido unos momentos, ahora Cristina trata de calmar el ímpetu desbocado de Isabel.

-¡Para, para, Isabel, tenemos que hablar! –dice Cristina mientras separa un poquito su cuerpo del de Isabel y alza su vista,

-¡Mira que estás guapa con ese atuendo, y yo sudorosa y con la ropa de faena, ¡no es justo! –continua la joven.

-No me importa, estas aquí y ahora, conmigo, en mis brazos, te he extraño demasiado, no he dejado de pensar en ti ni un momento. –responde con una sonrisa bobalicona Isabel.

-Escucha, recuerda que nadie debe vernos, y menos así. Tengo presente lo que me contaste sobre tu padre, estaba muy preocupada por lo que podría hacerte, cuéntame, -dice con un deje de preocupación Cristina-.

-Nada, no ha pasado nada, por una vez, solo algún insulto, ironía, solo tuve que limpiar a fondo la enorme cocina de La Casa Grande. – Contesta Isabel volviendo a besar una y otra vez a Cristina.
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-¡Loca, estás loca, nos pueden ver! ¡Escucha! Esta noche cuando se cierre la taberna te espero en la habitación, aquella. –Cristina alza su mano y señala la habitación cuya ventana da al callejón.

-Trataré de irme lo antes posible, creo que me podré escapar sobre las doce, Lola y Lucia me cubrirán, y tú, ¡apáñatelas como puedas! Creo que serás capaz de escalar un poquito, un chico tan joven, ágil, fuerte y hermoso como tú no tendrá problemas en hacerlo. –

Cristina bromea con sus palabras, da un paso atrás tratando de quitarse a Isabel de encima, sonríe, la da un casto beso y se dirige de nuevo hacia la cantina.

-¡Cristina! – llama bajito Isabel, pero Cristina ha sido rápida, sonríe, en un instante ha desaparecido de su vista la persona que ama.

La cantina está en su máximo esplendor sonoro, las camareras están cansadas, Carmen está muy satisfecha de este primer viernes con las chicas, es hora de que alguna de ellas se vaya, la primera en comenzar a trabajar ese día fue Cristina.

-¡Cristina! Deja ya el trabajo por hoy, son casi las doce de la noche y comenzaste muy temprano, un baño y a la cama.

-Gracias patrona. Cristina se quita el delantal y se acerca a Lola, Lola asiente. La joven se apresura a entrar en la parte privada de la cantina, unas escaleras conducen a las habitaciones. La joven va pensando, está muy, muy cansada e Isabel en pocos minutos estará arriba, la desea, la necesita, quiere hablar con ella, conocerla, saber de sus ideas, de sus sentimientos, ambiciona todo de ella.

Abre la puerta, enciende el par de velas que tiene en la habitación, luego un candil.

-¡Hola! – Alguien dice.

-¡Dios! Isabel, ¿ya estás aquí? ¡Qué susto! – No, no te acerques a mí, huelo mal, deja que me bañe. –Pide Cristina casi suplicando.

La bañera está llena, el agua caliente y el jabón a su lado, solo falta tu cuerpo y yo voy a ser la espectadora que mirará y te enjabonará, si tú quieres, -responde Isabel respetando el deseo de Cristina. No se acerca.

Cristina no da crédito a lo que ve, Isabel le ha preparado la bañera, está en el cuarto y se ofrece a enjabonarla. La muchacha se pregunta como demonios……..

Isabel intuye los pensamientos de su amante. No me preguntes, yo te respondo, conozco muy bien esta cantina,  estuve con los obreros que hicieron la ampliación de la parte de arriba, la taberna no se parece en nada a la de hace un par de años, es toda una fonda. Carmen y Pedro no han regateado nada para que esto pareciera algo más que una sucia taberna. Aquí arriba, a este lado, es la parte privada, hay una cocina pequeña y una chimenea, ¿verdad? Al otro lado está las habitaciones de los huéspedes, que no suelen ser muchos, hay como cinco habitaciones, no más. –Contesta Isabel mientras mira como Cristina va hacia la tina.

-Si quieres me doy la vuelta, no quiero molestar tu baño, tienes derecho a tu intimidad, luego, cuando te sientas cómoda, será otra cosa. –Continua Isabel.

-Gracias - acierta a contestar Cristina que si admiraba antes a Isabel, ahora sabe que el respeto es otra de sus virtudes. La muchacha suspira, se quita la ropa de trabajo, la deja colocada en una silla y se introduce en la bañera; se sumerge entera en el agua, hasta su cabeza necesita ser lavada, olor a tabaco, sudor y alcohol, a Cristina no le gusta demasiado trabajar en la cantina, pero es un trabajo, el primer trabajo digno que tiene.

Isabel se ha dado la vuelta, entiende a Cristina, le seguirá contando cosas del pueblo hasta que la chica se bañe.

-Sabes, Cristina, este pueblo era más bien una humilde aldea hasta hace dos años, desde entonces ha crecido mucho, sobre todo gracias a la feria del ganado. Pedro y Carmen cuando ampliaron el negocio también adecentaron toda esta calle. Mi padre quiso comprarlos de alguna manera dándoles dinero, ellos no aceptaron, desde entonces de vez en cuando los molesta, pero es el único lugar donde no es el dueño y señor. –Sigue comentando Isabel.

-Ven aquí, la llama una voz tranquila, te has ofrecido a enjabonarme la espalda, ¿puedes?

Isabel se vuelve y mira hacia donde está la bañera, una de las velas está al lado, la imagen de Cristina se distorsiona por momentos o es su imaginación: la cabeza mojada, el agua corriendo por su cara, su cuello, sus pechos apenas quedan tapados  por el líquido elemento. No es capaz de reaccionar, la imagen que descubren sus ojos es tan seductora que la deja sin habla, sus movimientos se hacen torpes, quiere avanzar y no puede….

-¿No quieres venir? –Pregunta despacio Cristina. Le gusta los estragos que hace en Isabel, la gusta provocarla, ¿Isabel? –vuelve a llamar, ¡Ven!

-Sí, perdona, es que me has dejado paralizada, esa imagen tuya en el agua me tiene trastornada, estás bellísima, -acierta a decir Isabel.

Isabel se ha acercado más despacio de lo que pensaba, ha tomado el jabón que le ofrece Cristina, no dice más palabras solo pasa el jabón por la espalda de la mujer que, finalmente comienza a relajarse; esas manos, ¡benditas manos de mujer que la acarician!

Isabel se afana en enjabonar a Cristina, poco a poco la espalda va quedando atrás y sube hacia su cabeza, lava su pelo. Cristina no ha dejado de percibir ni un solo momento los movimientos de Isabel, sus miradas se han detenido la una en la otra, Isabel aclara el pelo de Cristina con un cubo de agua templada que vacía sobre su cabeza, luego se acerca y besa los labios húmedos de su acompañante, los labios de Cristina se han abierto para ella, Isabel profundiza su beso. Necesita ese beso, se estaba volviendo loca de deseo pero ahora, la gustaría continuar y….

-Me das la toalla, -pide Cristina.

-Claro, -responde un poco defraudada Isabel, quería continuar…

Isabel da un paso y recoge la toalla, Cristina se está levantando para salir de la bañera, una vez más Isabel se queda atontada al ver como una diosa morena sale de su trono, sugestiva, ojos brillantes, boca entreabierta, gotas de agua cayendo por su rostro, pezones erizados, esperando….

Isabel da la toalla por fin a Cristina, la muchacha se seca despacio, muy despacio, con suavidad, ¿me secas la espalda, por favor? – le pide a Isabel.

-¡Claro, perdona! –contesta.

Isabel no puede más, envuelve con la toalla a Cristina y la abraza, un instante después los labios se han juntado en un estallido de pasión descontrolada. Cristina la responde, quita su chaleco, su camisa, pugna por quitarle el cinturón para que caiga el pantalón.
Isabel acaricia los pechos de  Cristina, los toma en su boca, vuelve a besarla.
Las mujeres han ido hacia la cama, Cristina para un momento la actividad frenética de ambas.

-¡Para, para un momento! Nos vamos a volver locas, mejor dicho esto es una locura. –Acierta a comentar Cristina.

-Es cierto, estoy loca por ti, y no quiero parar, no lo deseo y creo que tú tampoco. – Habla entre suspiros Isabel.

Cristina ha conseguido ponerse encima del cuerpo de Isabel, a ella también le gusta estar encima, saborearla y ver como se excita con sus caricias. El semblante de Isabel lo dice todo, su cara es la viva expresión del amor y el deseo, es una mezcla explosiva que las  ha atrapado.

Las dos mujeres reposan, Cristina tiene entre sus brazos a Isabel, las dos mujeres están calladas, solo disfrutan de su recién nacida intimidad.

Isabel ha cerrado los ojos y se deja llevar por la ternura del momento, estar tan tranquila después de la pasión es una sensación que jamás a vivido, es la primera vez, es con Cristina.
Es feliz, eso es todo, es feliz, levanta sus ojos queriendo transmitir esos sentimientos a su joven acompañante, Cristina está profundamente dormida. Comprende el cansancio de la bella mujer que la sostiene en sus brazos, con sumo cuidado aparta sus manos, se recoloca, arropa a Cristina y ella se queda, poco después, también dormida.

Cristina acaba de despertar, algo avergonzada por quedarse dormida sin decir ni buenas noches, son las cuatro de la mañana, se ha desvelado, los pensamientos han vuelto con fuerza, muchas cosas que hablar con la mujer que tiene a su lado.
Cristina se levanta, tiene algo de aguardiente en  la alcoba, necesita tomar algo y tranquilizar su mente. Pone en su vaso un poco de licor, se sienta y mira la figura que hay en la cama. La luz de la luna entrando por la ventana hace que pueda observar con algún detalle la cara de Isabel.

Isabel, adormecida, se despierta al echar de menos el cuerpo de su amante.

-¿Cristina? ¿Dónde estás? ¿No te vayas? – Pregunta temerosa Isabel.

-Aquí estoy, no me voy a ningún lado, solo me he desvelado y no puedo volver a dormir, me estoy tomando un trago. –contesta Cristina.

-¿Un trago? Seguro que es de aguardiente, el de esta taberna es muy rico, ¿te importa que te acompañe con otra copa? –Dice Isabel mientras se incorpora.

-Lo siento no quería despertarte, y también perdóname por haberme quedado dormida - comenta Cristina poniéndola una copa de aguardiente.

Isabel se ha levantado de la cama y se sienta sobre ella, Cristina ha ido a su encuentro y la abraza, las dos miran la luna llena.

Cristina da un sorbo a su copa, Isabel hace lo mismo.

-Tenemos que hablar antes de que te vayas mañana. –Dice Cristina.

-Lo se, pero ahora no, mañana nadie te echará de menos, creo que hasta mediodía no abren la fonda, hay que descansar, ¿verdad?

Cristina se ha dado la vuelta y se ha sentado a horcajadas frente a Isabel, la mira directamente a los ojos, en ellos refleja el amor que siente.

-Lola nos traerá el desayuno tarde. Isabel, ahora dime, ¿qué vamos a hacer?  Tú y yo, cómo y cuándo vamos a vernos, esto es una locura, si nos pillan nos matan - termina de decir atropelladamente la muchacha.

Isabel calla, no responde, baja sus ojos y la incertidumbre se instaura en ellos.

-Te dije que ahora no es momento de hablar - replica Isabel.

Es el momento y tú lo sabes, por ello no terminamos de conciliar el sueño. No exijo ninguna respuesta ni solución, nena. – intenta suavizar Cristina su pregunta, acepta el silencio de la joven y la abraza con toda la ternura de que es capaz.

Isabel está repasando su vida en La Casa Grande, siempre, siempre la correa del cinturón de su padre detrás de ella, luego fueron las bofetadas, más tarde el látigo; no era agradable su vida allí pero estaban sus hermanas, su tata y los trabajadores del latifundio (lugar rural muy extenso dónde las formas productivas suelen ser la agricultura y la ganadería, el “señor” suele arrendar en parcelas la tierra para que campesinos la cultiven en un régimen de semi-esclavitud ya que, los arrendatarios deben pagar al señor una precio muy alto por la tierra labrada, las ganancias apenas dejan para sobrevivir).
Isabel piensa y sabe que para que haya un mínimo de futuro para las dos, ellas deben irse muy lejos; teme que El Lobo pueda enterarse de su relación y entonces no va a dudar en matarla a ella y a Cristina.
Necesita tiempo, siempre se le ocurre alguna salida, ¡la sierra! ¡Esa es la solución! Isabel quiere esbozar una sonrisa ante este pensamiento pero sabe que la sierra es algo provisional, un refugio para un tiempo determinado pero no para mantener una relación con Cristina; siempre se le ocurre algo, por ahora, se tienen que conocer, luego actuar.

Finalmente Isabel alza los ojos, separa a Cristina de ella y la mira sin titubear.

-Sé que tenemos que pensar algo, hay tiempo, cuidado sí, tenemos que tener y mucho, vamos a conocernos un poco más, yo trataré de ahorrar algo de dinero. Cristina, mírame bien, lo que nos está pasando es tan hermoso que aún mis neuronas no pueden asimilarlo del todo, no es un espejismo pero parece irreal. –Dice Isabel con un brillo muy especial en sus pupilas.

Cristina sigue callada, asimilando las palabras de su “amiga”, “novia”, “amante”; está confusa. Plantearse ahora el futuro es algo irreal, en una sociedad en que la mujer está depreciada no se puede plantear alegremente el ir más lejos. Ha visto la espalda de su amante, el primer día no preguntó mucho, fue todo tan rápido y casual que no quiso plantearlo. Las señales de la vejación de El Lobo está bien representada en esa espalda, la espalda que tanto ha besado y acariciado en los últimos días.

-Tienes razón, primero vamos a ver si esto -dice Cristina señalando su corazón-, si los sentimientos que creemos tener son verdad, hablar, conocerse, luego decidiremos, pero no quiero que te vuelva a lastimar ese hijo de puta. –Termina diciendo la muchacha mientras sus ojos se humedecen.

-Escucha, Cristina -Isabel agarra con sus dos manos la cara de Cristina- no lo volverá a hacer, te lo prometo, si lo hace huiré, no volveré; no llores, las señales de mi espalda ya están sin dolor, sin sentido. La primera vez que lo hizo es como si mil puñaladas me dieran en el corazón, las bofetadas eran una cosa, pero el látigo y ver el odio en sus ojos, eso me destruyó durante mucho tiempo, pero El Lobo ya no tiene poder sobre mí. - Isabel atrae hacia sí a Cristina, ahora ya no es deseo o ansiedad, ahora es la amiga, la cómplice, la que intuye que si ella ha sufrido, Cristina debe haberlo pasado mil veces peor, estará ahí para ella, para escucharla cuando quiera hablar, para animarla cuando la tristeza se vea reflejada en esos ojos que adora.

Las dos mujeres permanecen abrazadas, callan durante un largo tiempo Hay mil preguntas sin respuestas.

-Isabel -comenta Cristina tan cerca del oído de la chica que Isabel nota el cosquilleo que le produce el aliento de su amante, la excitación vuelve- Lola y Lucia nos van ayudar, me lo han dicho, serán nuestra confidentes y protectoras, al menos por un tiempo.

-Lo sé, es tú familia, te quieren, te necesitan, -contesta Isabel aparentando seguridad, tiene miedo, temor de involucrar a aquellas hermosas almas en una aventura que es de ella y de Cristina, solo de ellas dos. Las consecuencias son imprevisibles.

-Bien, ya veremos la forma de estar juntas. Ahora, es suficiente. El amanecer se aproxima y mis pensamientos están aquí, mis manos también.

Isabel acaricia con lentitud la espalda de su acompañante, ¡que suavidad!

-¿Sabes lo hermosa que eres? –Susurra Isabel. ¿Sabes que me enervas al máximo?, me tienes poseída desde hace una semana, poco tiempo para que me hayas conquistado de esa manera, ¿verdad? ¿Por qué tienes ese poder sobre mí’? – pregunta y pregunta bajito.

Vale, deja de hablar, se te va a secar la boca. -dice tajante Cristina con una sonrisa provocadora- esa boca y esos labios tan, tan….

Entre caricia y caricia, entre beso y beso, entre placer y placer, ha transcurrido su primera noche, juntas en tierra peligrosa. El tiempo dirá que hacer, ahora en ese amanecer que anuncia un nuevo día, dos cuerpos se aman, dos mentes se complacen, dos mundos diferentes se han unido.

El peligro acecha en Tierra de Lobos, no es una tierra para amar, es tierra de sufrimiento. El Señor Lobo está sediento de sangre, hace bastante tiempo que no tiene algún divertimento a la vista, él sabe esperar, el depredador necesita ir  de caza.

Llaman a la puerta, dos jóvenes mujeres tratan de despertar sus cuerpos.

-¡Cristina, Cristina! Abre, soy Lucia, traigo el desayuno. – Dice de forma sigilosa la muchacha.

Cristina ha abierto la puerta, entra su compañera de trabajo, ésta la sonríe, Cristina no puede evitar la cara de boba.

-Habla bajito Lucia, Isabel está muy dormida todavía, ¿qué hora es? –Pregunta un poco preocupada.

-Tranquila, es pronto, son las once, creo que no has dormido mucho, - dice Lucía mirando hacia dónde está la cama- ¿noche particularmente ajetreada, amiga mía?

-Sí, muy intensa, Lucia, hemos dormido poco, estoy colada por esa mujer que ves ahí, ven, vamos hacia la mesa, dame un poco de café, lo necesito, ¿todo bien, nadie ha sospechado nada? –pregunta ansiosa Cristina.

-Cerramos muy tarde, casi a las dos, los patrones están muy contentos con nuestro trabajo, todos terminamos muy cansados -la muchacha hace una pausa, luego continua- y, todo está bien, Carmen y Pedro aún están acostados, Lola está desayunando en la habitación y yo acabo de darme un baño. No tienes de que preocuparte estamos contigo y con Isabel, nos ayudaremos entre nosotras, ya lo sabes.

Cristina abraza a Lucia y le da las gracias. Piensa que tiene mucha suerte en estos días, ha encontrado el amor de su vida y tiene a dos grandes amigas, un trabajo. ¡Jamás ha sido tan feliz, jamás ha tenido tanto! No quiere perderlo.

-¿Qué ocurre, Cristina? ¿He dicho algo malo? –Pregunta Lucia tratando de adivinar lo que pasa por cabeza de su amiga.

-No, no, solo que soy muy feliz, pero a la vez está   la situación entre Isabel y yo, os puede hacer mucho daño. –Contesta triste Cristina.

-Cristina piensas demasiado, el tiempo nos marcará la pauta que debemos seguir, no te adelantes, ahora despierta a tu nena, ese café está muy calentito, el pan también, ahí tienes aceite, tomate, sal y azúcar, alimenta a la mujer que te hace feliz, hablar, disfruta de este momento, no siempre va a ser así.

Lucia se levanta, da un beso a Cristina y se va, no hay prisa hasta bien entrada la tarde, aún tienen mucho tiempo, el suficiente para hablar y conocerse un poco más.

-Hola, dormilona, - Cristina acaricia suavemente el rostro de Isabel, la va a cuidar, la va a dar todo lo que necesita-.

-Buenos días, nena, ya voy, ummm, huele  a café, que rico. ¡Dios quien lo ha traído! ¿Nos han descubierto? –Cristina se incorpora de la cama precipitadamente.

-¡Tranquila, nadie nos ha descubierto, Lucia nos trajo el desayuno! –Cristina se ha alarmado por la reacción de Isabel, la entiende. Trata de serenarla.

Poco tiempo después, dos mujeres, una mesa, dos sillas, un desayuno, dos miradas se cruzan, dos sonrisas se juntan, dos manos se entrelazan y acarician.

-Nuestro primer desayuno frente a una mesa. Me gusta, -comenta Isabel- quiero muchos de éstos, es lindo. Me gustaría salir ahí fuera y pasear contigo, tu al lado mío, de mi brazo.

-En estos tiempos, Isabel eso no es posible, tú lo sabes. No te quiero desilusionar pero la realidad se impone y sí queremos estar juntas, tenemos que usar la inteligencia no el deseo. –Concluye demasiado tajante, Cristina.

-Vale, Cristina, con una simple frase me has quitado toda la ilusión, solo trababa de animarte, de olvidar por unos momentos nuestra situación, parece que no lo he conseguido, ¡maldita sociedad!

Isabel se ha levantado de forma ruda de la mesa, se da media vuelta y se asoma a la ventana que da al callejón. La otra muchacha se asusta, la reacción de Isabel no le gusta.

-¿Qué ocurre Isabel? Nadie intenta desilusionarte, pero la verdad es la verdad y con ella tenemos que vivir. ¿No estás dispuesta a luchar por nosotras? Siento que te hayan molestado mis palabras. – Dice Cristina dando la espalda a Isabel, recoge el desayuno y lo coloca a un lado.

Isabel se da cuenta de la situación, su corazón ha comenzado a latir con desasosiego, la punzada de dolor que le ha causado las palabras de Cristina la han devuelto de un puñetazo a la realidad, su puta cruda realidad.

Cristina no tiene la culpa de lo que ocurre, solo es una mujer muy práctica, con los pies en el suelo, también ella ha sido muy brusca levantándose de la mesa. Trata de analizar las palabras de su amante, lo entiende, se tranquiliza y busca con la mirada a Cristina.

-Lo siento, Cristina, me dejo llevar algunas veces por las ganas de ver otra realidad -Isabel se ha acercado y abraza a Cristina por detrás, al hacer dar media vuelta. Las dos mujeres están frente a frente.

-Sé lo que me quieres decir, tratas de advertirme de lo que realmente ocurre, lo entiendo pero ahora estoy contigo, ésta noche te volveré a ver, ¿puedo? – pregunta Isabel con temor.

-Sé que lo comprendes, no he querido hacerte daño, solo que tenemos que tener los pies en la tierra. Isabel, yo, yo, te amo, estoy enamorada de ti, quiero estar contigo.

Cristina termina de decir las palabras con cierta angustia en su garganta, Isabel lo percibe, la atrae hacia sí y la besa. Cristina la recibe, su angustia se detiene, ahora no, la tristeza a un lado, la realidad es lo que está sucediendo en ese momento, tiene los labios de Isabel acariciándola, sus manos rozando cada centímetro de su piel. Todo lo demás puede esperar.

8.

Isabel acaba de irse después de haber pasado la noche y parte del día siguiente con Cristina, en su cabeza hay un solo pensamiento, quiere a esa mujer, la ama, la desea.
La Casa Grande un sábado, a esas horas, está tranquila, solo estará la tata y la servidumbre, algunos trabajadores están terminando su labor, descansaran y luego irán al burdel o a la taberna.

Isabel llega sin armar revuelo, deja a Aroaki en los establos y trepa por la ventana hasta su habitación, últimamente trepa mucho, piensa con una sonrisa en sus labios. La muchacha se lava,  se cambia de ropa, tiene hambre, se dirige hacia la cocina, la tata no hará preguntas, sabe de dónde viene, no hay muchos lugares a los que vaya Isabel, o perderse en la sierra, pasar la noche allí o en la taberna.

 -¿Tienes hambre Isabel? ¿No has comido? –pregunta sin mucho interés la tata.

-Sí, tata, ¿hay algo de comer para esta muchacha hambrienta? –contesta sin dar ninguna explicación.

-Has aprovechado que no está tu padre  ¿verdad? Mejor así, sino te degüella, tantos días en la sierra y en cuanto se da media vuelta vuelves al lugar dónde menos quieres que vayas, a la taberna y, de la taberna seguro que pasaste la noche contemplando la luna y las estrellas.

Tata no lo dice en forma de reproche, se preocupa por Isabel y las consecuencias de sus acciones, la ha visto herida por los latigazos de su padre y estar muy próxima a la muerte. Admira su valentía, es la única en todo el pueblo que encara a El Lobo. Tata sabe de secretos inconfesables de La Casa Grande, calla porque en ello le va la vida, también la vida de sus seres queridos, la mujer calla pero no otorga.

-Tata eres pitonisa, creo que me conoces muy bien, padre no creo que se sorprenda que haya ido a la taberna, tampoco me castiga por ir a la sierra y pasar allí la noche, hace mucho que no se ensaña conmigo por esas dos acciones - contesta Isabel sin dar mucha importancia a la observación de la mujer mayor.

Isabel tiene mucha hambre y  da buena cuenta de la comida, luego vuelve a su habitación y se echa sobre la cama, sus pensamientos divagan y siempre terminan en el mismo sitio, con la misma persona. Esa misma noche volverá a verla, a estar con ella,  sentirla y desearla, hablaran, se conocerán un poco más. El cansancio hace mella en la muchacha que, agotada, se queda profundamente dormida.

El sábado en la noche, en la taberna, lo que menos hay es tranquilidad, hay más clientes que nunca, Lola no da abasto en la barra. Lucia y Cristina, sirven las mesas sin parar. Carmen en la cocina, hace “tapas” (referido a una forma de aperitivos más sustanciosos) a toda prisa.

Cristina por unas horas no tiene tiempo de pensar en nada solo en trabajar, anda cansada pero feliz, una sonrisa se ha posado en su boca desde que comenzó la jornada.

Estás con una cara de boba, Cristina! –dice pícaramente Lola. Hace tanto tiempo que no ve a Cristina así. La verdad es que jamás la ha visto así, llena de vida y alegría. Lola quiere a su amiga, han pasado muchas cosas juntas. Piensa que es una relación muy difícil la que tiene su amiga con Isabel, difícil y peligrosa, pero la ayudará. La vida puede acabar en un solo instante, hay que vivirla cuando se tiene oportunidad.

Cristina no responde sólo mira a Lola y sonríe, ahí está su respuesta.

Las horas pasan rápidamente, Isabel no pasará esa noche por la taberna, ha quedado directamente en la habitación con Cristina.

Pedro y Carmen no pueden cerrar la taberna ningún día pero reconocen que les ha ido muy bien gracias a las chicas, éstas merecen descansar algún día. Por sorteo se decide que la primera en librar al día siguiente será Cristina.

Las doce de la noche dan rápidamente, Cristina habla con Lola como la noche anterior, ésta asiente.

-Sé que estás aquí - dice Cristina nada más abrir la puerta de la habitación.

-¡Claro! ¿Cómo voy a hacer esperar a la mujer que me tiene idiotizada? –comenta alegremente Isabel, abrazando sin remilgos a su amante.

Cristina sonríe, está feliz, su corazón late aceleradamente demostrándola cuanto se alegra de volver a  estar con Isabel.

-¡Mira que eres besucona! – Cristina intenta distanciar a la impulsiva Isabel pero no obtiene demasiado éxito, finalmente, consigue apartarla un poco, la toma de la mano y la lleva a la mesa.

Las dos mujeres están sentadas frente a frente con las manos entrelazadas y mirándose profundamente.

-¿Algún problema en La Casa Grande? –pregunta con un atisbo de preocupación Cristina.

-No, nada, todo bien, mi padre y hermanas hasta mañana no regresan, no hay peligro. –No hay peligro por ahora, piensa Isabel, no lo dice, pero el gesto se hace serio por un momento.

-¿Qué pasa, y esa cara tan seria? –Interroga Cristina.

-No pasa nada, te vuelvo a repetir, Cristina, todo bien. –Repite Isabel.

El silencio se ha instaurado por un momento entre ambas mujeres. Cristina lo rompe cambiando totalmente la conversación.

-Isabel, ¿por qué no me cuentas cosas de esta tierra? Yo no la conozco demasiado. Seguro que hay leyendas interesantes. –Dice con una sonrisa.

Isabel cambia su semblante, también  sonríe: -Bien, dicen que en esta tierra había hace varios siglos una familia que vino de más allá de los mares e hizo una cabaña y un molino, el viejo molino, ya te lo mostraré. Y…

Isabel habla y habla, cuenta hechos imposibles de reconocer en el tiempo si fueron verdad o mentira. Ella, tan parca en palabras no ha parado en las últimas dos horas. Las dos mujeres se han puesto un par de copas de aguardiente, han templado sus almas y disfrutan del momento.

El cansancio ha podido finalmente con Cristina, Isabel lo entiende, después de un rápido aseo las dos mujeres reposan en la cama, abrazadas la una a la otra, el sueño es el amo y señor de esa noche, el descanso necesario les lleva a las dos mujeres hacia un nuevo día juntas.

El domingo se abre en la vida de estas dos jóvenes mujeres. Isabel ha propuesto a Cristina un amplio paseo con un pequeño picnic al lado del viejo molino, allí le seguirá contando antiguas narraciones que aún pululan en las mentes de viejos ancianos.

Es hermosa esta tierra, -comenta Cristina mientras ayuda a Isabel a poner el mantel y preparar la pequeña comida.

-Sí, muy hermosa y, muy dura, de gentes muy aferradas a un pasado que no les deja ver un poco más allá de sus narices, -contesta Isabel fríamente.

-Ya, entiendo, tú eres una mujer adelantada a su tiempo en una tierra que no admite ni el más mínimo de cambio, -le dice Cristina.

La conversación una vez más se vuelve espesa y seria. Ambas mujeres se dan cuenta, se miran, sonríen y se besan. Algo más tarde…

-Vamos a comer, a ver que ha puesto  Lola en la cesta, tú amiga es increíble, la estoy cogiendo mucho cariño, a ella y a Lucia, umm, tortilla de papas, ensalada de tomate y una botella de vino, ¡madre mía que pinta tiene, me la voy a comer de un solo bocado!

-Y a mí… ¿no piensas comerme? –comenta de forma intrascendente Cristina.

Isabel no lo piensa dos veces, deja a un lado la cesta con la comida, la tapa y se acerca sin disimulo a la mujer que está a su lado,  extiende su mano y la acaricia con una mano, con la otra baja el tirante de su vestido, ahora el otro tirante, lentamente…

La tarde se va sin remedio, Cristina vuelve a la taberna sola, ha dejado a medio camino a Isabel que ha tomado la senda que lleva hacia La Casa Grande, su padre y sus hermanas si no han llegado estarán a punto de hacerlo.

La taberna a esas horas del domingo está con muy pocos parroquianos (dicho arcaico referido a gente que vive en un lugar y pertenecientes a una “parroquia”, en esa época cada pueblo o aldea o región pertenecían a una congregación eclesiástica católica determinada, parroquia es el término, que da nombre a una de las particiones más pequeñas en que se dividía territorialmente la Iglesia católica española).

Lucia ve venir a Cristina.

-¿Qué ocurre Cristina, y esa cara tan seria y preocupada? ¿No lo has pasado bien?

-¡Claro que lo he pasado bien! Isabel se ha tenido que ir a La Casa Grande, hoy cenará con su padre y hermanas, -comenta la muchacha sin más.

-Ya, y tú crees que le pasará algo, Cristina, Isabel sabe cuidarse solita, acuérdate que es una persona que además, sabe cuidar a las demás. Tienes que tener paciencia. –contesta Lucia con determinación.

-Y tú, ¿dónde vas tan limpita y aseada? Creo que la pequeña Lucia se nos ha enamorado, dime ¿es aquel chico que anoche no le quitabas la vista de encima y ha estado viniendo a diario desde que comenzamos a trabajar aquí? 

Cristina ha preguntado con mucha ironía, la sonrisa ha vuelto a su cara. Lucia y Cristina, comienzan a jugar y a hacerse cosquillas, un tiempo después, Lucia sale por la puerta de la habitación y mira escaleras abajo, un joven, algo nervioso, la está esperando.

Cristina ha ido a su habitación, la suya de verdad no la que ha compartido con Isabel, poco tiempo después, alguien llama a la puerta, es Lola.

-Pasa, me voy a asear, el polvo del camino y el campo ensucian, -comenta de forma intrascendente Cristina.

-Ya, el polvo del camino, y algo más. Tú cara cansada no solo es de trabajar. Imagino que Isabel ha vuelta a su casa y con su familia. Dime Cristina, ¿Cómo ha ido todo?

Cristina sonríe a Lola, la invita a sentarse  y sirve dos copas de aguardiente.

-Estoy viviendo en una nube, en una realidad desconocida para mí, un momento casi irreal, una historia de amor ¡con una mujer! ¿Te das cuenta, Lola? Con una mujer. Algo tan poco normal en esta época que nos ha tocado vivir que ni siquiera se plasma en los cuentos, ni la mayor parte de la gente sabe que puede ocurrir, -dice Cristina después de tomar un largo trago de la bebida.

-Pues así es, mi querida amiga, te has enamorado de una manera pasional e increíble de Isabel, pero déjame que te diga, que si Isabel hubiera sido un hombre te hubiera pasado lo mismo, tú te has enamorado de una persona, de una identidad única, de una forma de ser y de sentir, todo ello tiene puesto un nombre, Isabel, -contesta animadamente Lola.

-Yo he conocido casos, sobre todo en mi época de señoritinga, hubo una época en que robaba, conseguí ahorrar bastante dinero y tuve un momento de gloria, pasé a formar parte de la “alta sociedad”. Me inventé un nombre, una vida y alternaba en los mejores garitos de la ciudad, fue una época loca y divertida. Precisamente durante ese tiempo conocí a mucha gente, entre ellas a un grupo de mujeres algo diferentes, a los ojos de los demás eran mujeres normales, con apariencia normal y con “ideas normales”, pero durante algunas tardes y algunas noches se reunían y daban rienda suelta a su personalidad real. Eran mujeres que les gustaban las mujeres. No tengo que decirte que se escondían, que estaban bien ocultas a ojos de la gente, habían conseguido crear algo así como una hermandad de mujeres con “un gusto en común”, -prosiguió hablando Lola.

-Y tú ¿cómo sabes de ello? – pregunta intrigada Cristina.

-Bueno, mira querida, ya sabes que, aunque soy algunos años mayor  que tú no estoy nada mal de ver, vamos soy una chica resultona y atractiva. Te contaré que hubo una mujer encantadora que se fijó en mí. Tuvimos una amistad muy agradable pero no era mi tipo, lo entendió, le ayudé a conquistar a alguien y, entonces me contó muchas cosas, le prometí discreción absoluta y así fue. Un día tuve que desaparecer deprisa y sin más, alguien a quien había robado me identificó, no sé muy bien como, pero se debía mover en los mismos ambientes que yo frecuentaba en aquellos días, -termina de contar Lola.

-¡Aja! Es decir a ti no te ha sorprendido nada el enamoramiento entre Isabel y yo. Sé que tú has corrido muchas aventuras, nos has contado muchas pero otras por lo visto no, -contesta la joven.

-Te vuelvo a repetir que yo cumplo mis promesas prometí ser discreta y lo hice, ahora no es el caso puesto que tú estás en las mismas circunstancias. Por  cierto, aparte de estar en una nube, como tú bien dices, cosa normal en los primeros tiempos de un amor. Pero, ¿habéis hablado de futuro inmediato? –pregunta Lola sin dejar de sonreír.

Ha salido la conversación más de una vez, pero decidimos darnos un tiempo para conocernos mejor, disfrutar de los momentos que estemos juntas y, luego veremos que decidimos, -Cristina para de hablar, se recompone, la sonrisa se fue de su cara, sus ojos caen y unas arruguillas de preocupación han comenzado a  poblar su frente.

Lola se levanta, va hacia la muchacha, levanta su barbilla y nota como los ojos de Cristina están llenos de lágrimas que pugnan por no salir. Lola abraza a Cristina, ésta rompe a llorar, la tensión de los últimos días y sus acontecimientos hacen que no pueda evitar el llanto.


Isabel lleva  a Aroaki a los establos, ¡qué linda es su yegua! ¡Qué inteligencia animal!

-Mi querida Aroaki, es hora de descansar, y gracias por tu compañía, sabes - sigue hablando al caballo-, me sentiría muy sola si tú no estuvieras ahora conmigo, no ha pasado más de una hora desde que dejé a Cristina y  noto su ausencia, de nuevo se ha apoderado de mí la incertidumbre, no quiero ponerme triste, he de hablar con mis hermanas, ellas, no se.., espero que lo entiendan, por lo menos que me apoyen. Sabes Aroaki, ellas me quieren mucho, nos hemos ayudado desde niñas a protegernos de  nuestro padre –concluye su solitaria deserción Isabel.

La potra relincha como si comprendiera la preocupación de su ama. Finalmente pone comida fresca para que se alimente Aroaki, luego acaricia a la yegua y se va camino de su destino.

Isabel se ha cambiado de ropa y se ha aseado, oye a lo lejos el relincho de varios caballos, sabe que son sus hermanas y su padre que acaban de llegar. La Tata ha salido a recibirlos, ella también va.

-Padre, -Isabel saluda espartanamente a su progenitor. ¡Hermanas, que gusto el que volver a verlas! Las hermanas se abrazan como si hubiera transcurrido una eternidad desde su partida.

-¿Cómo os ha ido? Me tenéis que enseñar vuestras compras, espero que hayáis traído lo que os encargué para mí. Os he echado de menos, - Isabel abraza impetuosamente a sus hermanas y las hace cosquillas, las dos hermanas no paran de reír ante la actuación de Isabel.

-¡Vale, vale! ¡Por favor Isabel, para, para de una vez! – dice Almudena tratando de quitarse a su pegajosa hermana de encima.

El Lobo ha entrado a la casa, mira de reojo la escena que transcurre un poco más allá, no entiende a sus hijas, a pesar de ello, siente cierto orgullo de tenerlas, si alguna hubiera sido un varón todo cobraría sentido -el patriarca saluda a la Tata y resopla. ¡Mujeres! -Dice mascullando.

Mientras las hermanas se asean, Isabel abre las bolsas con el contenido de las compras del fin de semana, busca afanosamente lo que encargó.

-¡Aquí están! Mis pantalones, mi camisa, mi sombrero, mi cinturón, mi chaleco, ¡todo está como lo pedí! Las amo muchachas, -piensa atropelladamente la joven.

Almudena, ya cambiada se sienta sobre la cama donde su hermana ha formado un estropicio. Todo liado, todo mezclado. ¿A quién habrá salido esta mujer? Se pregunta sin encontrar ninguna respuesta.

Nieves, también ha terminado de lavarse y las tres hermanas están hablando en la habitación de Almudena, ésta cuenta todo lo acontecido en el fin de semana en la ciudad. Lo que han comprado, con quienes han estado.

-Y tú, mi querida hermana, imagino que te lo has pasado en grande haciendo lo que has querido sin tener a padre vigilándote, -asegura Nieves.

-Sí, he estado haciendo lo que deseaba, pero ni siquiera me he emborrachado un poquito, no he estado hasta altas horas jugando a las cartas. Nada de nada. He sido buena chica, -dice con un halo de misterio la joven.

-Ahh, o sea que tus costumbres han cambiado, no me digas que te has vestido de mujer y has ido en busca de novio,  hermana eso no me lo creo, -comenta Almudena dirigiendo su mirada a Isabel.

-Me conoces bien hermana, además de pasar algunas horas limpiando la cocina, he hecho otras cosas muy placenteras y diferentes, -Isabel dice estas palabras con un brillo en los ojos que no pasa desapercibido para las hermanas que cada vez están más intrigadas.

-Bien, desembucha, habla, cuenta, nos tienes intrigadas. ¿Te has ido a la sierra de nuevo? ¿Hay alguien que te interesa? ¿Estás planeando tu escapada de La Casa Grande? ¿En qué estás metida pequeña traviesa? –termina preguntando una y otra vez Nieves.

-Vale, vale, chicas por partes, no es el momento de hablar demasiado, padre nos espera para la cena, pero sí que tengo que hablar con ustedes y no espero que lo entendáis, solo me escuchéis. Lo necesito, ya no puedo más, pero ahora no, vamos a cenar antes que comience con sus voces, no lo soporto -Isabel se ha puesto seria, sus hermanas no entienden que ha pasado, algo la pasa, desde luego, pero efectivamente no es momento de hablar, lo harán después de la cena.

Las tres hermanas, el padre y la Tata están sentados a la mesa, les están sirviendo la cena. El padre observa a sus hijas una vez más.

-Isabel, ¡qué raro, ya estabas aquí esta tarde! ¿Te has cansado de la taberna o de jugar a las cartas? –pregunta el progenitor de forma algo malintencionada.

-Sí padre, estuve en la taberna un rato el sábado pero no me quedé mucho tiempo, hoy estuve paseando con Aroaki por los alrededores del pueblo -contesta brevemente la muchacha.

-Nosotras si que lo pasamos bien, pero gastamos mucho dinero, lo sentimos padre -comenta Almudena.

-Eso no tiene importancia, las jóvenes como vosotras tenéis la necesidad de estar bien vestidas, que noten de que clase sois y de quienes sois hijas, -dice el patriarca con cierto orgullo.

La conversación se desvía hacia la ciudad y las personas que han visto. Isabel tiene la mente lejos, apenas interviene en la conversación, de vez en cuando pregunta cosas intranscendentes.

Isabel pide permiso para subir a su habitación, con una mirada asiente a sus hermanas, las espera dentro de un rato.

Isabel está doblando la ropa que sus hermanas compraron para ella, la guarda en el armario, de paso lo organiza un poco, mientras tanto, como ocurre en los últimos días, sus pensamientos siempre se encaminan hacia la misma persona. Ahora trata de reflexiona como decírselo a sus hermanas.

Nieves y Almudena dan las buenas noches y se dirigen a la parte de arriba de La Casa Grande, están algo ansiosas, algo le pasa a su hermana. Intuyen que es algo muy importante.

-Hola hermanas, ¿ya habéis cenado? Os esperaba - dice con cierta solemnidad, Isabel.

-¡Qué tienes que contarnos hermana! Nos tienes preocupadas, nunca te habíamos notado tan preocupada, no, esa no es la palabra, mejor tan enigmática - comenta Almudena.

-¡Venga dispara! - Insiste Nieves.

-Bueno, sentaros, os voy a poner una copa, creo que padre tiene un buen coñac, le quité una botella, solo para las grandes ocasiones y ésta lo es. En realidad no sé cómo empezar y no sé cómo explicar lo que me ocurre, lo único que sé es que sucede, no quiero que digáis ni preguntéis nada mientras lo digo. Tengo que buscar las palabras aunque, en realidad, solo hay una forma de decirlo, -Isabel está un poco abochornada por lo que debe decir, es algo tan inusual que no tiene ni idea de cómo responderán.

Almudena y Nieves están algo aturdidas, debe ser grave lo que ocurre o si no es grave es algo muy importante, nunca han visto así a Isabel, ni dar tantos rodeos, siempre ha sido una muchacha directa y parca en palabras.

-Bien, pues creo que lo que tengo que decir no se puede decir de otra manera, hermanas, me he enamorado, dice Isabel dando la espalda a sus hermanas.

Las dos hermanas se han quedado un poco paralizadas por las palabras de Isabel, pero a la vez sorprendidas, no terminan de creerlo, Isabel se ha enamorado, ¡con lo difícil que es la muchacha para esas cosas! El hombre que lo haya hecho será muy, muy especial.

-¿Es verdad, te has enamorado? Eso no es nada malo, hermana, -comenta Nieves.

-¡Quién lo iba a decir, la traviesa Isabel, enamorada!, ahora viene la otra parte, nos tienes que decir quién es el hombre que ha enamorado a mi hermana, ¿es de aquí? ¿Es un viajero que has conocido? ¿O alguien de la sierra? –pregunta Almudena.

Un momento, un momento, no me avasalléis, os lo contaré todo, pero hermanas, no es lo que pensáis, me enamorado, es cierto, pero el nombre de la persona que amo es, es Cristina…

9.
                                                                       
–¡No me miréis así! Ya sé, ya sé, es extraño, raro, increíble, pero sí, estoy enamorada de una mujer–, confirma Isabel.

Isabel ha aprovechado que sus hermanas se han quedado boquiabiertas y no han acertado a decir nada para que no quepa duda de lo que ha dicho y evitar un tremendo interrogatorio a la que se vería expuesta.

Almudena y Nieves miran con los ojos abiertos a su hermana, si les hubieran pegado un mazazo en la cabeza no estarían tan sorprendidas como ahora. Saben que su hermana fue siempre diferente, pero sus mentes no quieren asimilar lo que Isabel ha dicho.

–¡Dejar de mirarme así, ya sé que soy un bicho raro, pero decidme algo, hermanas!– comenta con cierto nerviosismo Isabel.

–No, no, entiendo… bueno sí, está claro lo que dices, pero… ¿una mujer! ¿Te gustan las mujeres?– acierta a decir Nieves.

–¡Loca, loca, estás como unas castañuelas (dicho popular para afinar y afirmar la locura de alguien)!  No quiero pensar nada, no deseo pensar nada, ¡cuéntanos todo ahora mismo! ¡Oh dios, mi corazón va a explotar y no va a quedar nada!– finalmente habla Almudena atropelladamente.

Nieves asiente con la cabeza pues de la boca no le sale nada. La cara de las dos hermanas es un poema (dicho español que significa más o menos “cara incrédula” de no querer creérselo).

Isabel comienza su relato desde el principio, trata de explicar todos los detalles posibles para intentar que sus hermanas entiendan cómo y porqué se ha enamorado (¡claro que si a ella le cuesta comprender imagina lo que le costará a sus hermanas!).

–No puedo dejar de pensar ni un minuto en ella, supe que algo pasaba cuando me ruboricé cuando me habló la primera vez, luego al  bañarnos…, siempre que se aproxima a mí me empiezan a sudar las manos, tartamudeo y el corazón se me sale del cuerpo. No soy capaz de pensar cuando ella está cerca, solo deseo tocarla y be… ¡dime si eso no es estar enamorada!

–¡Basta, hermana! No entres en detalles. Siempre sabía que eras muy diferente y que teníamos más a un hermano que a una hermana pero ¿tú te ves? ¿Eres preciosa? A cualquier hombre le gustarías–, por fin habló Nieves.

–Bueno, hermana eso es lo que hay, espero vuestra comprensión, sé que no podéis entenderme, ¡pero son mis sentimientos, soy así, y esa es mi opción! ¿Me ayudaréis?–pregunta con cierto temor Isabel.

La cara se le ha vuelto muy seria, ha tratado de contar las cosas con un poco de humor, pero el rostro de sus hermanas no le da muchas opciones.

–Un momento, Isabel–, dice con voz autoritaria Almudena. Creo que has pensado, pienso que no has valorado muy bien las consecuencias de tu actitud, por qué… imagina por un solo momento que padre se entera, o solo lo intuye. Hasta ahora has escapado más mal que bien de todas tus locuras pero de ésta no te salvaría ni la virgen María en persona, sería tu fin. Y no quiero decir nada más porque me estoy poniendo mal–, sentencia Almudena mientras unas lágrimas pugnan por salir de sus lindos ojos.

Isabel se acerca a su hermana, la abraza, la acuna. Sabe los quebraderos de cabeza que siempre ha dado, pero ella es así. Ahora tratará de calmar a sus hermanas.

–Almudena, lo sé, sé todo lo que os habéis preocupado y sufrido  por mí, pero padre es así, yo soy así, ya os he dicho no trato que me entendáis, solo que  me aceptéis. Yo, yo os prometo que si hay un solo indicio de que padre se entera, me iré, huiré, sé que mi vida no valdría entonces ni una perra (nada). No quiero causaros problemas, pero… Nieves, Almudena,  os quiero, no tengo a nadie más en quien confiar–, dice Isabel con un hilo de voz.

Nieves se ha acercado a Isabel y Almudena, las tres hermanas se abrazan.

Nieves y Almudena se han tranquilizado, un silencio se ha apoderado de las tres mientras toman un sorbo, bien largo,  de coñac.

–¿Qué piensas hacer? Parece por tu reacción que estás muy enamorada aunque, hermana, es muy poco tiempo el que llevas con, con Cristina–, comenta Almudena.

–Tienes razón, por ello vamos a esperar a conocernos más mientras, la única forma que tenemos de vernos es a escondidas–, Isabel ha dicho estas palabras bajando la cabeza, los acontecimientos de la última semana y media empiezan a pasar factura, su mente está cansada, su cuerpo también, solo el amor recién nacido es capaz de sortear todas las dificultades que vengan, por lo menos, por ahora.

Nieves, comprendiendo la situación por la que pasa su hermana, se levanta y se acerca de nuevo a Isabel.

–No tienes nada que temer de nosotras. Te queremos. No entendemos nada, pero siempre nos hemos apoyado y lo seguiremos haciendo, solo una cosa, hermana, ¡asegúrate que tus sentimientos son reales, que amas de verdad a esa mujer! Asegúrate que todo el riesgo que corréis ella  y tú, merece la pena; por lo demás, el tiempo dirá que hacer–, concluye Nieves, quien abraza de nuevo a su hermana.


Isabel se ha quedado sola, intenta dormir pero no puede, sabe que sus hermanas la aceptan tal y como es, siempre lo han hecho. Repasa una y otra vez la conversación con ellas. Tienen razón hay que dar tiempo al tiempo para saber hasta dónde llegan tanto sus sentimientos como los de Cristina, ¡dios, Cristina! No tiene demasiadas dudas, sabe lo que su corazón siente, sabe que nunca le ocurrió nada igual, siempre sintió diferente al resto de las mujeres que conoce. Eso es seguro, su gusto por las mujeres está muy claro.

Una sombra cruza el bello rostro de la muchacha, una duda se establece en su cabeza. Ella tiene claro que le gustan las mujeres pero, ¿y Cristina? Isabel se lo pregunta, ¿puede ser un simple capricho? No le ha parecido ni un solo momento que para Cristina ella fuera un capricho. No lo ha sentido así.

Isabel respira hondo, el cansancio está llegando a su clímax, su cuerpo se rinde, el sueño viene, una última imagen llega a su consciente: la sonrisa de Cristina, su sonrisa, su alegría, su amor…



Han pasado casi dos semanas desde la conversación que mantuvieron las hermanas.
La relación entre Isabel y Cristina sigue su curso,  se ven a escondidas,  el viernes es el día que Isabel va a la taberna,  juega a las cartas con sus amigos y se divierte. Cuando llega la noche se transforma en la más apasionada y tierna de las amantes.
Isabel espera a Cristina en esa habitación que se ha convertido en una extensión de su cuerpo.

Durante el resto de la semana Cristina atiende junto a sus amigas en la taberna. Los dueños están muy contentos del resultado del trabajo de las tres mujeres.

Isabel, sigue con su actividad normal en La Casa Grande, no quiere cambiar mucho su rutina para no levantar ni la más mínima sospecha.

Miradas furtivas, sonrisas escondidas, un beso robado al aire. El mercado se ha convertido en la “otra forma de verse, mirarse, sentirse”.

Cristina está más bella que nunca, la felicidad ha llegado a su vida a pesar de la circunstancia tan complicada en la que se ve envuelta. Lucia y Lola son sus cómplices, eso sí que no ha cambiado, se animan, se protegen, se quieren.

Almudena y Nieves ven el cambio en el semblante de su hermana, en su forma de actuar, notan día a día que el amor de Isabel y Cristina es verdadero. Conocen a Cristina, la vieron un par de veces en el mercado, no hay ninguna duda de la belleza y gracia de la joven.
Fueron testigos de un par de miradas que se encontraron en el camino entre un puesto de mercancía y otro.

Almudena quiere conocer personalmente a Cristina, Nieves apoya esa iniciativa, saben dónde encontrarla.

El Lobo tiene una actividad frenética. Siendo dueño y señor de una gran cantidad de terreno y ganado, utiliza el temor y el miedo camuflado de “respeto”  para controlar al pueblo.
Cuando llega la noche, su distracción favorita es tomar una copa en el burdel y follarse (no sé cómo poner este significado, es algo así como “penetrar, poder sobre…” uff no sé) a alguna de sus putas, también las posee. Es el dueño y señor de aquella tierra de la Extremadura profunda.

A El Lobo le ha llegado el chisme de lo bien que va el negocio en la taberna, le comentan que han contratado hace casi un mes a tres mujeres, son bellas y trabajadoras. Los hombres van primero a la taberna antes que al burdel solo por el hecho de contemplar tales bellezas.
Esa noticia ha sorprendido a El Lobo, la taberna-fonda y sus dueños son casi los únicos que se atreven a cuestionar su autoridad. Hasta ahora no ha conseguido doblegar a Carmen y Pedro. Tarde o temprano lo conseguirá. El malestar que le produce el matrimonio no es demasiado, quizás se divierte poniéndolos en apuros alguna que otra vez. Siente cierta curiosidad por conocer a las muchachas.

El Lobo sonríe, el viernes irá a la taberna antes de ir por el burdel.

Finales de agosto de aquel duro y extremo verano, el calor ha mitigado las fuerzas de labradores y ganaderos. Es jueves, un día intermedio entre semana, es mediodía, unos pocos lugareños comen en la fonda, Cristina sirve la comida, el gazpacho es lo más fresco que tienen, los comensales lo piden en grandes cantidades, fresco, nutritivo y barato. El gazpacho es la estrella de la cocina veraniega de Carmen.

Almudena y Nieves no es la primera vez que van a la taberna. Alguna que otra vez fueron a comer y conocen a Carmen desde la infancia. Carmen, su madre y la Tata eran amigas de juventud.

Entran, se sientan en una de las mesas. Carmen ha salido un momento de la cocina llevando un plato de comida en cada mano. Ve a tan singular visita. Se dirige directamente hacia ellas; mientras Cristina ha volteado su vista hacia las recién llegadas, va directo a atenderlas pero Carmen se le adelanta,

–Espera, Cristina, ya las atiendo yo, son amigas–, dice Carmen.

–Almudena, Nieves, ¿cuánto tiempo sin verlas? ¿Qué las trae por aquí?– pregunta como si tuviera prisa la tabernera.

–Hola Carmen, solo es una visita. No podemos olvidar tu gazpacho, ni tu conejo al ajillo, es un pecado no comer cada temporada tus delicias–, contesta obligadamente Almudena.

–Os veo bien, me alegro, ¿y vuestro padre, le va bien? Hace tiempo que no tenemos noticias suyas, ¡claro que mejor así!– habla Carmen sin titubeos.

–Tienes razón Carmen, es mejor así, ya lo conoces, nosotras te tenemos estima, a ti y a Pedro. Nuestra hermana nos cuenta como estáis, ella suele venir, lo sabemos–, continúa la conversación Nieves.

Una vez pasada la sorpresa de la visita, las tres mujeres conversan de forma amistosa.

Cristina trata de pasar desapercibida y continua con su tarea. No puede dejar de estar nerviosa ante la presencia de las hermanas de su amante.

–¡Cristina, trae un par de tazones de gazpacho!– grita desmesuradamente Carmen.

Cristina, extrañada ante el vocerío inusual de su jefa, sirve rápidamente el pedido, quiere marcharse lo más rápidamente de esa mesa.

–¿Tú eres Cristina, verdad? Perdona que te hable así…, nuestra hermana nos ha hablado de las chicas nuevas de la taberna y os ha descrito con detalle–, Almudena ha hablado directamente sin medir sus palabras.

–Sí, soy yo,  soy Cristina, conozco a tu hermana, suele venir por aquí, ¿algún problema?– responde la mesera, tratando de aparentar una serenidad que no tiene.

–Perdona a mí hermana, es demasiado directa algunas veces,  es que nos han hablado tanto de vosotras que tenemos cierta curiosidad por conoceros–, trata de conciliar Nieves ante el arrebato de su hermana.

–¡Vamos Cristina! No te enfades, Almudena es así, no me extraña que la gente quiera conoceros, ¡sois muy guapas  y trabajadoras!– dice Carmen encantada que la fama de sus chicas haya llegado hasta La Casa Grande.

–¡Venga Cristina, te toca comer! Siéntate con las chicas y así os conocéis, te aseguro que son buena gente. Te voy a traer la comida, bien ganada la tienes–, continua Carmen con una sonrisa muy especial.

–Yo, no hace falta que coma con las señoritas, Carmen, puedo hacerlo en la cocina, no quiero molestar–, dice Cristina mientras Carmen hace que no la oye y se encamina hacia la cocina.

–No molestas. Siéntate Cristina, por favor, es un placer conocer a la persona que tiene encandilada a mi hermana–, habla bajito Almudena.

–No sabía cómo hablarte sin llamar la atención de Carmen,  perdona. Queremos conocerte, hablar contigo y decirte que por nosotras todo está bien, si mi hermana es feliz nosotras también–, continua Almudena.

Cristina, algo sorprendida por la actitud de las mujeres, se sienta mientras que aumenta su nerviosismo. No le sale palabra alguna, es Nieves la que continúa hablando:

–Tranquila, solo queremos hablar contigo, nuestra hermana solo tiene un nombre en su boca desde hace días y es, Cristina. Necesitábamos tomar contacto contigo. Es hora de hacer algo.

–Bueno, comencemos desde el principio, me llamo Cristina y soy  amiga de tu hermana–, tartamudea Cristina.

–Jajajaja, Cristina lo sabemos todo, queríamos asegurarnos que merecías la pena–, dice riendo Almudena.

Cristina está algo perpleja con la situación, no acaba de creerse lo que está pasando.

–Tranquilízate Cristina, mira, si te sientes más cómoda, dinos cuando podemos vernos, tenemos que hablar, hay algo que tenemos que decirte–, termina diciendo Nieves.

–Al anochecer tengo un tiempo libre, si queréis nos vemos en, no sé en algún lugar discreto–, comenta Cristina algo desconcertada, le preocupa lo que tienen que decirle.

–Al final del pueblo en dirección a nuestra hacienda, saliendo a la derecha hay un camino, cógelo, te llevará en no más de 15 minutos hasta la casa de unos amigos nuestros que ahora no están, no se llevan muy bien con mi padre, allí estaremos sobre las nueve de la noche, ¿de acuerdo?– habla Almudena.

Las dos hermanas miran esperando la afirmación de Cristina. No desean preocupar a la chica pero tienen que hablar.

Cristina asiente, irá, hará lo que sea por Isabel, siempre la habló de lo unida que estaban las tres.

Finalmente las tres mujeres hablan de cosas intrascendentes mientras comen, Cristina quiere aparentar una tranquilidad que no tiene. Hasta ahora han podido ocultar su relación, ahora ya no es cosa de dos, más gente está implicada, con ello, el peligro aumenta.

Isabel ha salido con Aroaki a cabalgar por la dehesa. El noble animal de un color negro azabache trota elegantemente, la amazona y la yegua forman un tándem único. Isabel orgullosa y altiva se siente libre, se tranquiliza, disfruta del contacto con la naturaleza.
Las últimas semanas han sido diferentes para ella, ésta noche sus hermanas la han citado en la casa de sus amigos. Se encontraran para hablar y estar más libres del control de su padre.

La noche del jueves llega rápidamente, Cristina se dirige hacia el lugar acordado, en la casa las hermanas ya han llegado, las tres toman una taza de café.

–Isabel tenemos que hablar claro, hasta ahora no ha ocurrido nada que tengamos que temer pero hemos oído a padre hablar de las tres chicas nuevas de la taberna. Parece intrigado, pienso que mañana viernes va a echar un vistazo por allí. Te queríamos advertir no solo de que lo puedes encontrar allí, sino también de que puede intentar meterse con alguna de las chicas para hacer daño a Pedro y Carmen–, Almudena termina de hablar mirando fijamente a su hermana.

–¿Qué me queréis decir? ¿Qué mañana no vaya a la taberna? Hermanas la presencia de mi padre no hará que yo no vaya, no es la primera vez ni la última que nos encontramos allí–, dice Isabel casi con una sonrisa en su boca.

–¡A veces eres una inconsciente hermana! ¿Te da lo mismo lo que le pueda ocurrir a Cristina? Imagínate padre pidiéndole que sirva una copa, Cristina va a saber de quién se trata y puede que los nervios le traicionen–, argumenta Nieves.

La sonrisa ha desaparecido de la cara de Isabel. La muchacha se queda pensativa, las palabras no salen de su boca.

–Qué, hermana ¿ya has tomado consciencia de la situación? Al mediodía estuvimos en la taberna comiendo, visitando a Carmen y de paso hemos conocido y hablado con Cristina, vendrá en un rato, la citamos aquí para advertirla–, continua Nieves.

–¿Habéis ido expresamente a hablar con Cristina? No os entiendo hermanas, hace rato que propuse presentárselas–, habla Isabel, su expresión denota algo de tristeza.

–Tú tienes que entendernos a nosotras también. No es fácil asimilar que mi hermana está enamorada de una mujer, hemos tratado de entenderte siempre, difícil ¿no crees? Necesitábamos tiempo, pero ahora no lo hay, todo este período hemos vivido con el temor de que padre se enterara o alguien se lo dijera. Si te sirve de algo, Cristina nos pareció una chica además de hermosa, buena gente. Sé que le importas–, Almudena expresa estas palabras con determinación, conoce a su hermana, sabe que es muy impulsiva, podría reaccionar de cualquier manera ante algún gesto obsceno o despectivo de su padre hacia Cristina o una de las chicas.

Isabel calla, un golpeteo discreto en la puerta anuncia la llegada de Cristina. Isabel rápida abre la puerta. Cristina se retira hacia atrás, se ha asustado, no esperaba encontrarse con Isabel.

–Te estamos esperando, pasa Cristina, mis hermanas me dijeron que vendrías yo no sabía nada, siento haberte asustado–, se atreve a hablar Isabel.

Cristina sigue parada sin atreverse a dar un paso hacia adelante, es Nieves la que se levanta de la silla, se acerca a Cristina,

–Pasa Cristina, ven dentro, perdona no haberte dicho que estaría mi hermana, lo hemos decido a última hora, por favor, pasa, siéntate, te explicaremos.

Almudena ha puesto una taza de café para Cristina y ha rellenado las demás. Suspira, vivir en una continúa tensión no es nada bueno.

Isabel no se ha atrevido a saludar un poco más afectivamente a Cristina, la realidad se ha estampado de golpe en su cara. Ahora entiende la preocupación de Cristina cuando le advertía de las posibles consecuencias de su relación. ¡Estúpida se llama así misma! Ha vivido en una nube hasta ahora, pero ¡es tan feliz al lado de Cristina! ¡Su vida es tan diferente! Almudena es la primera en hablar.

–Cristina primero quiero que nos disculpes por hacerte esta medio encerrona, no nos ha quedado más remedio. Los acontecimientos a veces corren demasiado. Mira acabamos de hablar con mi hermana sobre lo que puede ocurrir mañana o el sábado en la taberna.

–No importa, ya está, ahora contadme lo que tenéis que contar–, responde Cristina aún un tanto perpleja por la situación. Mira a Isabel  con algo más de tranquilidad, ¡cómo la quiere! También sabe de lo tozuda que es, hay que pararla alguna vez. Quisiera darle un beso que la tranquilice, nota su nerviosismo. No se atreve por las hermanas, no las conoce todavía a pesar de lo que le dice Isabel. Nieves expone las sospechas que tienen de lo que su padre puede hacer. La intención de ella y de su hermana es advertirle para que estén preparadas ella y sus compañeras de trabajo. También alude a la reacción que podría tener Isabel ante la actuación de su padre.

Un espeso silencio se establece en el lugar, la mente va deprisa tratando de asimilar las palabras. Cristina consigue reaccionar y habla:

–Bien, gracias chicas por vuestra advertencia, hablaré con Lucia y Lola. Carmen y Pedro ya nos alertaron de que podría ocurrir algo así,  El Lobo les molesta de vez en cuando. Ahora tiene más motivos que nunca, la taberna tiene más clientela que nunca, como consecuencia más dinero, eso atrae a vuestro padre, la mejor forma de molestar a Carmen y Pedro es metiéndose con sus trabajadoras.

Cristina ha conseguido encadenar un buen montón de palabras, ha sido capaz de alzar la vista y hablar serenamente a las hermanas. Forman un trío curioso, una mueca que parece el inicio de una sonrisa destensa un poco el ambiente. Isabel sigue callada.

–¡Vamos hermana, espabila! Tienes aquí a tu novia y no eres capaz ni de darle un beso, apenas le has dirigido la palabra–, dice sonriendo Almudena.

Es Cristina la que se levanta y se acerca a Isabel, coge su barbilla, la mira a los ojos,

–Hola, ¿estás bien?– le pregunta y la besa suavemente en los labios, Isabel reacciona, la hace sentarse en sus rodillas y la abraza. Las dos hermanas se miran a los ojos evitando mirar directamente a la pareja, sonríen, perciben el amor de ambas mujeres.

El tiempo pasa demasiado deprisa. Las chicas han acordado que Isabel no vaya esa noche a la taberna, irá directamente a la habitación de Cristina. Por otro lado Cristina, además de advertir al resto de chicas y a sus jefes, tratará de mantenerse en un segundo plano para que El Lobo no se fije demasiado en ella.

Trataran de evitar quizás, algo que es inevitable.

10.

Cristina vuelve a la fonda, entra por la parte de atrás, se dirige hacia su habitación, antes de llegar pasa por la puerta donde duermen Lola y Lucia (su habitación de amor), toca suavemente, Lucia abre la puerta, la muchacha entra.

–Lucia, ¿dónde te has metido esta noche? Son casi las doce, nos tenías preocupadas –, dice suavemente Lola.

–Fui a dar un paseo, pensaba hablar con vosotras mañana en la mañana pero necesitaba veros –, contesta la joven.

Cristina cuenta todo lo acontecido desde el mediodía, la cara de Lucia y Lola reflejan intranquilidad.

–Bien, no sé que decirte, lo más importante es mantener la serenidad y tratar de pasar lo más desapercibida posible, sobre todo tú. Está bien lo que han dicho las hermanas, es lo mejor, tipos de hombres como El Lobo son predecibles en cuanto a  como actuará pero no sabemos hasta dónde puede “molestar”; por la mañana hablaré con Carmen y Pedro, ellos sabrán aconsejarnos –, Lola habla mirando alternativamente a sus dos amigas.

Cristina, si ves que llega El Lobo yo trataré de que centre toda su atención en mí, soy la más joven y a los hombres mayores, ya  sabes, le atraen especialmente las niñatas como yo, --comenta Lucia dirigiéndose a Cristina.

–Gracias Lucia,  la relación entre Isabel y yo está creando muchos problemas. Pone vuestra vida en peligro y tensión constantes, no puede continuar esta situación, le daré solución, lo prometo –, dice cabizbaja Cristina.

–No tienes que hacer nada, ¿te acuerdas? Las tres nos protegemos y ayudamos, ¿tengo que recordarte todo lo que has hecho tú por nosotras? Estaremos contigo hasta el final. Si deseas darle una solución para que vuestra relación cuaje, bien, pero no porque tengas que renunciar ni a un poquito de tu felicidad con Isabel –, termina diciendo sin dudas Lola.

Lucia asiente. Unas lágrimas pugnan por salir de los bellos ojos de Cristina. Lola y Lucia abrazan a su amiga.

La mañana llega firme como todos los días, el sol ya está en lo alto, cierto frescor se notó de madrugada, septiembre anuncia el paso intermedio hasta llegar una nueva estación.

Durante el desayuno, antes de abrir la fonda, Carmen y Pedro están con las chicas en la cocina desayunando, hablan sobre El Lobo.

Los dueños no tienen mucho más que decir sobre cómo se debe actuar en caso de que aparezca El Lobo en la noche de ese viernes o al día siguiente.

–Solo una cosa más –, dice Pedro con determinación, –dejadme a mí toda la acción, no es la primera vez que paro al El Lobo, ni será la última.
El día avanza, las chicas trabajan en la fonda sin descanso, solo paran a mediodía para comer, el trabajo ha sido la mejor medicina para no pensar en lo que puede ocurrir.

En La Casa Grande, El Lobo no ha dado señales de vida, salió temprano con varios trabajadores hacia un lugar no determinado de su vasta posesión.

Isabel no ha vuelto a hablar con sus hermanas, está preocupada, no sabe si será capaz de no pasar por la taberna esa noche. No soporta la idea de que Cristina y las chicas puedan ser molestadas de forma obscena por su padre. Sabe el desprecio que siente El Lobo hacia las mujeres.

Después de realizar sus actividades habituales, a mediodía Isabel cabalga hacia la sierra, su lugar preferido  para pensar y leer. Intenta relajarse sin mucho éxito.

La tarde da paso a la noche, la taberna va aumentando su número de clientes, por ahora, la calma es lo que predomina.

Algunas risas, conversaciones que van alzando su tono conforme los clientes van llegando y toman su bebida favorita. Muchos observan a las chicas que les sirven, les agrada ver caras jóvenes y bellas después de una dura semana.

El humo puebla el local, la noche ha entrado de lleno, olores indescriptibles se mezclan, las velas y candiles ayudan a crear una atmósfera espesa, casi delirante. Conforme la bebida cala en las gargantas y cerebros de los hombres, las risas y gritos se convierten en protagonistas de la noche. Nadie se oye, nadie se escucha, ¿de qué se ríen? Nadie sabe nada solo es el momento que han estado esperando para olvidar la dura realidad de cada día.

No hay una sola mesa libre en la taberna. Pedro, desde la barra, espera, observa y calcula. Carmen comanda a las tres mujeres que la ayudan a servir. Un vaso, una jarra, una y otra suenan y se juntan en una danza maldita.

Alguien abre la puerta de la taberna, entra, mira, nadie lo ve, nadie se ha percatado de su presencia, cierta sorpresa se establece en la cara del hombre. Apenas unos pasos detrás, un par de hombres le acompañan, uno a cada lado de él, son sus subordinados, él los manda.

–¡No hay una maldita mesa libre para El Lobo y sus amigos! –, el hombre a gritado bien alto. Él está por encima de todos, quiere hacerse oír, El Lobo ha llegado.

Silencio, un silencio que se corta a cuchillo.  Nadie es capaz de conseguir ese efecto, solo él. Silencio. El miedo danza entre las mesas, los hombres han volteado sus caras hacia  el sonido de la voz. El efecto deseado se ha conseguido.

Unos hombres han reaccionado levantándose de una de las mesas, de forma inmediata El Lobo y sus hombres la ocupan.

El Lobo ocupa una silla, queda enfrente de la barra, al fondo, Pedro, espera.

Carmen se ha asustado en un primer momento, pocos segundos después, ha tomado la iniciativa y se acerca a la mesa de El Lobo.

–¿Qué quieres  beber Lobo? –, pregunta la mujer. Carmen no tiene miedo, lo conoce.

–¡Vosotros! ¡A seguir consumiendo y hablando! ¿O es qué os ha comido la lengua el gato? (refrán castellano queriendo decir algo así como “¿os habéis quedado mudos?”) –, Carmen grita alto señalando con su dedo al resto de espectadores.

Alguien reinicia las risas y las palabras, pronto los ruidos vuelven a la normalidad.

–Quiero beber ese vino y comer esas tapas tan especiales de esta casa. Carmen, ¿cómo estás? ¡Cuánto tiempo sin verte! –, sonríe irónico El Lobo.

–Tienes razón, mucho tiempo, pero no eres dado a estar por este lugar, creo que prefieres a las rubias –, sonríe, también irónicamente Carmen.

–Tienes el humor de siempre mujer, ahora, lo que necesito es ver a tu  nuevo ganado, haz que sirvan el vino y las tapas una de tus chicas, a ti te tengo ya muy vista, aunque no puedo obviar que sigues estando encantadora –, dice de un tirón El Lobo.

Carmen se traga la indirecta. La mujer no replica, mira de reojo, se encamina hacia la barra, Pedro la espera.

Lola, Lucia y Cristina están concentradas en su trabajo pero han observado los movimientos de Carmen, no parece que haya salido muy airosa de su conversación con El Lobo.

Lola se adelanta, habla con Carmen.  Pide ser la encargada de servir a El Lobo y sus acompañantes.

 Lo pedido está preparado, Lola se aproxima a la mesa de El Lobo.

–Buenas noches, aquí está la bebida, enseguida estarán las tapas –, dice sin tapujos Lola.

–Ahh, buenas noches ricura, ¿tú eres una de las nuevas? Vaya, vaya ¡qué ganado tiene la Carmen y el Pedro! ¡Qué! ¿Les conseguís muchos clientes a vuestros patronos? ¿Cómo lo hacéis?  Jajajajajaja. 

El Lobo y sus secuaces rompan a reír estrepitosamente. Lola lo mira despreciativamente.

–Enseguida le traigo su comida, señor –, dice Lola sin hacer caso a las insinuaciones obscenas del cacique.

La gente mira de reojo, en  algunas pupilas están reflejados el odio y el temor.

–¡Carmen! –, grita de nuevo el cacique. –¡Quiero conocer a otra de tus sirvientes! Aprovecharé para que se  recree la vista, jajajajaja –, vuelven las carcajadas estrepitosas.

Pedro habla con Carmen, parece que no se va a librar ninguna de las chicas de ser insultadas por el cabrón del cacique. Mientras que solo haga eso.

Isabel no ha podido esperar a las doce de la noche, ya está en la habitación de Cristina, tampoco se está quieta ahí. Busca un lugar en la escalera dónde no sea vista y pueda observar casi toda la taberna. Pedro pensó en una forma de construir que le permitiera vigilar en todo momento el lugar desde los aposentos privados.

Isabel ha oído todo lo que ha pasado hasta ahora, en realidad todavía no ha pasado nada, la forma de actuar de su padre con las mujeres es lo habitual.

Isabel está vestida como siempre que va a la taberna, botas, pantalones, camisa, chaleco, cinturón y sombrero. Esta noche lleva algo más en la mano, su látigo. Es muy hábil con el látigo; más de una vez le ha salvado la vida, otras veces ha demostrado su pericia y hecho huir a posibles agresores. No quiere utilizarlo esa noche, solo observará la actuación de su padre, los insultos son lo de menos, pero si osa tocar a alguna de las chicas o algo peor, no dudará en utilizarlo contra su propio progenitor.
Ha prometido a sus hermanas y a Cristina no intervenir pase lo que pase, pero hasta ahora es la única en toda la comarca que se ha enfrentado a El Lobo, lo volverá a hacer si es necesario. Solo hay una diferencia, esta vez ella no va a recibir los latigazos, los dará. Si tiene que esconderse y huir, lo hará. Si tiene que desaparecer definitivamente, lo hará. Otra diferencia, sabe que alguien la va a acompañar.

Isabel tiene un plan.

Pedro habla con Lucia mientras Carmen pone las tapas en la bandeja que la joven  llevará. Le pide tranquilidad y que no  conteste, diga lo que diga El Lobo. La muchacha asiente.

Cristina  está medio escondida, no es una mujer miedosa, nunca lo ha sido, ha sabido batallar en mil peleas, conoce muy bien a ese tipo de hombres. No puede evitar el temor que le infunde, hay algo más que ha visto en los ojos de ese hombre: la crueldad. No solo es poderoso, no solo es el dueño y señor de todo el lugar y de su gente. Es cruel. La maldad ocupa todo el cuerpo del hombre. Cristina lo percibe. No  entiende como Isabel y sus hermanas pueden convivir con él. Suspira profundamente, piensa en la valentía de su novia al enfrentarse a él, una y otra vez. La ama desesperadamente. No dudará ni un instante en irse con ella a cualquier parte del mundo. Quiere vivir, desea hacerlo, con Isabel.

Lucia se aproxima con la bandeja de comida a la mesa del cacique.

–¡Vaya, vaya! ¡Qué joven eres! ¿Has aprendido bien el oficio para seducir a los hombres? Tú haces que los dueños ganen mucho dinero. Dime, ¿dónde has aprendido ehhh? –, comenta despectiva y de forma altisonante El Lobo.

Lucia no entra al trapo, sonríe y sirve la comida, solo mira en general a los hombres de la mesa.  Hace ademán de irse pero…

–¿Dónde vas tan de prisa, muchacha? ¡Siéntate con nosotros un rato y diviértenos! ¿Sabes? eres muy guapa, ¿verdad muchachos? –, ordena el hombre.

–Lo siento señor pero tengo que seguir sirviendo a los clientes, cuando desee más bebida o comida volveré.

–Ahh, ¿no quieres acompañarnos? Jajajajaja –, las carcajadas vuelven de forma más agresiva que antes. El resto de los clientes ha callado nuevamente.

La tensión vuelve como un cuchillo bien afilado cortando el hielo.

Pedro se aproxima rápidamente.

–¡Lobo! ¡Deja en paz a la muchacha! No es su cometido divertir a los clientes, solo servirles lo que pidan –,  dice Pedro con voz de mando.

–Pedro, buenas noches. Pensaba que no me ibas a saludar. Es increíble lo que has progresado, te has rodeado de fieles sirvientas, guapas y jóvenes. ¿Dónde has encontrado este ganado tan fresco y barato?  Por cierto, dices que su cometido es “servirnos” pues una forma de hacerlo es agradando la clientela, dime ¿cuánto dinero quieres para que la muchacha se siente con nosotros y nos divierta? –, dice El Lobo levantándose todo lo largo que es.

Los ojos reflejan tal superioridad que Pedro da un paso atrás, pero respira y se aquieta, pasan apenas unos momentos y responde,

–Lobo ¡basta ya! ! ¡No me amedrentas! Te conozco muy bien, tú lo sabes, es tu forma de intimidar. ¿Qué pasa tienes envidia de que me gane la vida honradamente fuera de tu entorno?  ¡Deja en paz a las chicas, vete donde puedas comprar sus servicios! ¡Este no es el lugar! ¿Qué vas a hacer delante de todos los clientes?  Sacarás tu pistola y empezarás a tiros, violarás aquí a las chicas, ¡dime! ¿Qué piensas hacer? 

Pedro lo conoce muy bien, es la forma de parar al cacique, enfrentándolo con sus propias armas. El arma más poderosa es no temerle.

A El Lobo se le revuelve el estómago, también conoce a Pedro y sabe que no le teme, algún día le matará de un tiro. Ahora solo quiere divertirse, ya le llegará su hora.

–Bueno, bueno, Pedro, tranquilo, solo buscamos diversión, dime, ¿es malo querer conocer a tus chicas? No creo, verdad, aquí todos los parroquianos vienen a verlas, ¿por qué yo no? No voy a tocar a tu sirvienta, jajaja, no. Pero ahora quiero y deseo hacer lo que el resto, conocer y ver a todas, me falta una. ¡Mándamela con más bebida! – contesta

El Lobo se aproxima, los dos hombres se miran. El Lobo aproxima su boca al oído de Pedro y le dice bajito:
–De ésta te libras pero tengo algo preparado para ti muy pronto. Ahora solo quiero divertirme. Haz lo que te digo o lo que tengo preparado lo haré antes de tiempo.

Pedro le da la espalda, llama a Cristina y habla con ella, la muchacha asiente. Pedro espera que con su intervención el cacique se relaje y deje a la tercera muchacha en paz.

Los clientes ya no charlan tan animadamente, el vocerío se ha calmado, muchos quieren irse pero la curiosidad es más fuerte. Quizás si se marchan pueda molestar a El Lobo y  provocar que se fije en ellos dando rienda suelta a su rabia.

Isabel aprieta la boca y agarra con fuerza el sujeta-manos de la escalera. “¡Hijo de la gran puta!” No puede aceptar ni comprender como ese ser es su padre. Observa como Cristina se acerca a la mesa. Puede que no haya sido una buena idea dejarla para lo último. Ahora su padre estará más rabioso que nunca, su agresividad sube muchos enteros con la bebida. Pedro lo ha parado solo por un momento.

Isabel baja un par de escalones, prepara su látigo. Espera que no la toque, no puede soportar la idea de que ese baboso pueda manosear a Cristina.

Lola y Lucia siguen sirviendo otras mesas pero no pueden dejar de fijar su mirada de vez en cuando en el lugar dónde está ese malnacido.

Pedro vuelve a su lugar detrás de la barra, ésta vez coge la escopeta y la  deja preparada. Si tiene que pegarle un tiro a El Lobo, lo hará.

–Aquí tiene señor, su bebida –, dice educadamente Cristina. Deja la bebida y hace ademan de irse pero alguien la sujeta por la muñera. Es uno de los acompañantes de El Lobo.

–¡Espera muchacha dónde vas! Nadie te ha dicho que te vayas. Señor mírela, ¿es linda, verdad? ¡Qué hembra! ¡Es ideal para hacer sentir a un hombre más hombre! ¡Muchacha dime cuánto dinero quieres por sentarte a esta mesa y luego nos divertiremos juntos! –, el hombre ha escupido las palabras con una rapidez que ha dejado desconcertada a Cristina, ella ya se iba. El Lobo no ha comentado nada, solo la ha mirado, Cristina no había tenido en cuenta que sus secuaces podían ser más asquerosos que el propio cacique. La muchacha no sabe qué hacer ni responder solo,

–Yo solo sirvo las mesas, señor, ¡suélteme! – dice con aprensión Cristina.

El Lobo ríe divertido. ¡Esos son sus chicos, muy hombres y con agallas!

–¿Dónde vas tan deprisa? Te he hecho una pregunta y por lo menos merezco la respuesta. ¿Acaso no te gusto? –, continúa hablando el hombre. La muñeca de Cristina sigue sujeta por la manaza del hombre.

–No estoy en venta, no necesito divertirme con ustedes y no deseo sentarme a su mesa, ¡suélteme! –, esta vez Cristina ha gritado. Nuevamente todas las miradas se vuelven hacia la misma mesa protagonista de la noche.

El hombre se levanta, asquerosamente rechoncho y baboso, el secuaz tira de ella aproximando a Cristina a su cuerpo.

–Tú no vas a ningún sitio, te quedas aquí, quiero tu compañía y la voy a tener –, el hombre escupe por su boca las palabras. Cristina enfrenta su mirada, El Lobo y el otro acompañante ríen a carcajada limpia, la escena les divierte. Pedro ha empuñado su escopeta. Carmen ha cogido un palo. Lucia y Lola han agarrado una botella.

–¡Quita tu cerda mano de encima de la chica, cabrón! –. Una voz grita alto y fuerte desde el fondo de la taberna, la voz que se oye proviene de la escalera. Una figura sale de entre las sombras. Los ojos de quien llega arden en llamas, su odio se refleja en cada uno de ellos. Con una rapidez inaudita se ha acercado a pocos metros de la mesa.

–¿Quién eres tú para ordenarme? Jajajajajaja. Esta mujer será mía esta noche, jajajaja –, responde el tipo.

Algo cruza con una velocidad endiablada el aíre, llega súbitamente al brazo del hombre. Un latigazo acaba de apartar su mano de la de Cristina. El hombre grita, saca su pistola con la otra mano.

–¡Maldito hijo de puta! ¡Quién coño eres, te voy a matar! –. Otro latigazo separa de su otra mano la pistola. El hombre grita de dolor.

Cristina ha corrido y se refugia con sus amigas. Pedro apunta con su escopeta.

–Me llamo Isabel y tú no eres ni medio hombre para tocar a esa chica. Si no te vas en tres segundos de aquí, el próximo latigazo irá a la cara, el siguiente al cuello. ¡Largo! –, habla Isabel, ni un atisbo de duda en su cara.

El hombre mira a El Lobo y ante una mueca de éste corre hacia la salida. La clientela no puede dejar de reír.

El Lobo ha observado la rápida escena que se ha producido en cuestión de segundos. Está divertido, esas agallas no podía tenerla nada más que una mujer, su propia hija. Se levanta. La distancia que lo separa de su hija es muy corta. En seguida está frente a ella, muy próximo.

Mirada con mirada se enfrentan en un duelo de titanes. Un padre y su hija cruzan sus caras, el semblante lo dice todo. El resto del mundo ha dejado de existir para los dos, son ellos nadie  más.

–Isabel, hija, bien hecho, dime ¿ahora eres la defensora de jovencitas extraviadas?

–Padre, ¿tú por aquí? Yo no sabía de la cobardía de tus hombres que quieren comprar la compañía a fuerza de dinero. Tú sueles conseguir las cosas por tu encanto. No creo que mi padre sea tan poco hombre para consentir que sus muchachos actúen así.

Toda la soberbia, la rabia y el odio que El Lobo siente por su hija se manifiestan en su rostro. El Lobo, esa noche, tiene sentimientos encontrados, soberbia, rabia y odio por su hija, por otro una admiración enfermiza. Terminará matándola.
Sabe que está siendo observado por toda la taberna. No puede dejar que su hija consiga humillarlo delante de todos. Sabe que ella no utilizará el látigo contra él, tampoco puede dar la imagen de un cobarde, por ello, se traga las palabras de Isabel.

Cristina, junto con las demás chicas, Carmen y Pedro, observan la escena desde un rincón, mil demonios están poblando su mente en ese momento, el peligro y el miedo que tanta tensión y ansiedad le producía se ha manifestado en menos de un minuto.

“¡Dioses, diosas, que todo termine ya, que a Isabel no la pase nada!”, casi reza Cristina.

–¡Hija mía, que gusto verte por aquí!, esta es una actuación digna de ti, como buen marimacho que eres. La vergüenza es que eres mi hija, pero me ha impresionado tu acción, has hecho que uno de mis hombres se meta el rabo entre las piernas (dicho español para corroborar la cobardía, normalmente de un hombre haciendo alusión a sus atributos específicos masculinos), tienes razón es un cobarde. Ni medio hombre comparado contigo, dime, ¿te has convertido en varón, serás capaz tú de follar a una mujer? ¡Sabes hija mía, aunque quisieras tú no tienes lo que una mujer necesita por muy hombre que quieras ser! –. El Lobo ha dicho las palabras bien alto para que todo el mundo las oiga, poniendo suavemente una mano sobre el hombro de su hija.

Isabel sigue enfrentándolo, no le da miedo, nunca se lo dio. El desprecio que siente es suficiente para superar las obscenas palabras que pronuncia su progenitor.

El Lobo se separa, va hacia la barra, saca dinero y con una despreciativa mirada, lo pone en la barra y dando media vuelta va hacia la puerta y se va. El otro secuaz lo sigue. Sabe que sus palabras han sido oídas, así nadie puede decir que no ha enfrentado a su hija. La ha querido dejar en ridículo, por lo menos eso piensa él.

–¡Vamos todo el mundo a beber, la casa paga una ronda! –, Carmen vocifera intentando que la taberna vuelva a la normalidad.

La gente suspira quitándose la tensión de encima. Las conversaciones vuelven poco a poco, de la boca de los consumidores solo salen palabras sobre un hecho, lo han vivido en directo.

Lola y Lucia miran a Isabel, ésta se da media vuelta, su mirada y la de Cristina se encuentran.

Los ojos de Cristina reflejan todo, absolutamente todo, le cuesta reaccionar. Sólo acierta a hacer una señal a Isabel indicándole que vaya al cuarto.

Isabel sale por la puerta de la taberna, se asegura que su padre se ha ido. Gira hacia el callejón y sube una vez más hacia la ventana que la llevará hacia la habitación.

–¡Vamos chicas, Lola, Lucia, Cristina! Servid las mesas,  rellenad los vasos hasta que la gente olvide lo de esta noche. Rápido, cuando terminéis la ronda venid hacia la barra, Pedro quiere hablaros.

Las tres chicas, Carmen y Pedro, hablan entre ellos.

–De buena nos hemos librado, sino llega a ser por Isabel, no sé que hubiera ocurrido aquí esta noche. ¡Hijos de puta! Pero, ¿cómo llegó Isabel aquí sin ser vista? ¡Bajó por la escalera! ¿Nadie se dio cuenta? –, comenta Pedro de un tirón.

Las tres mujeres niegan con la cabeza. Carmen sí da una versión de lo ocurrido, casi acierta,

Pedro, escucha. – Isabel conoce muy bien la taberna y los aposentos de arriba, para mí que ha entrado por la parte de atrás. Sabe como abrir una puerta al revés o ha escalado y subido por una de las ventanas. Como lo haya hecho no importa, ella jamás nos hará daño, siempre nos ha librado de alguna. Dioses, ¡que valiente es!!

Lola interviene, no es bueno que la patrona sospeche que Isabel haya subido por la ventana.

–Yo creo que sabe abrir puertas al revés, Carmen. Es una mujer muy inteligente, no ha perdido la calma ante la cantidad de insultos que ha recibido de su propio padre.

Finalmente, la normalidad ha llegado a la taberna. Los hombres, con la bebida, pronto olvidan lo pasado. La tensión que se ha vivido solo es muestra de lo que El Lobo es capaz de hacer. Carmen y Pedro saben que en algún momento la suerte no será tan buena para ellos, el cacique es vengativo, no tiene escrúpulos, hoy solo ha sido una noche de diversión.

Isabel se ha puesto una copa de aguardiente mientras espera a Cristina. Piensa en el malnacido de su progenitor. Trata de calmar su corazón, “nadie va a hacer daño a Cristina, ni a la taberna, ni a las chicas”. Si tiene que matar a su padre, lo hará, “¡jamás El Lobo se saldrá con la suya!” La muchacha suspira, poco a poco su corazón vuelve a bombear con normalidad.

Cristina, abajo, trata de disimular su nerviosismo, sabe que Isabel la está esperando. Pide permiso a Carmen para retirarse. Al fin y al cabo la que lo ha pasado peor es ella. Carmen lo sabe,

–Ve, muchacha, tú también has sido muy valiente. Descansa, mañana tómate todo el día libre. Siento lo ocurrido, a lo mejor, no queréis seguir trabajando aquí, lo entenderé –, dice bajando la mirada Carmen.

–Carmen tú no tienes la culpa, nosotras ya hemos pasado cosas peores, en lugares peores. Estamos contigo y Pedro. Ya hablaremos, pero vamos a defender nuestro trabajo pase lo que pase.

Cristina abraza a la mujer. –Ve Cristina, tómate un baño, coge la cena, aliméntate y descansa. Gracias.

Cristina obedece pero toma dos raciones, apuesta lo que sea a que Isabel no ha comido nada en todo el día.

Cristina llama a la puerta, Isabel se levanta rápidamente de la silla y deja su copa al lado, en la mesa. Abre la puerta no puede ser otra que Cristina.

Cristina está frente a ella, con la bandeja repleta de cosas, Isabel le cede el paso. Cristina entra, no se han dicho nada, no hace falta, el anhelo que refleja sus miradas es suficiente para entenderse.

Cristina deja la bandeja en la mesa. Las dos mujeres quedan frente a frente, se funden en un pasional abrazo, el ansia con que se besan lo dice todo. Estos no son besos de placer, son besos de necesidad, de saber de la existencia de cada una de ellas, están vivas, absolutamente vivas. Labios con labios, una vez más abiertos para el amor. Los corazones bombean sin cesar la sangre que necesitan para dar rienda suelta a su deseo. Dos almas incontroladas, inmersas en un mundo lleno de peligros, de incomprensión, de dificultades…, no quieren separarse.

La muerte acecha en cada esquina en esta tierra, ahora la vida se abre para dos jóvenes que luchan por su amor.



Continua ACÁ
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